Los hijos de Kampala

Aleksandra Dynas

La fotoperiodista Aleksandra Dynas retrata la vida en la calle de los niños ugandeses

Uganda tiene una de las poblaciones más jóvenes del mundo.

El 56 % de sus habitantes es menor de edad y son ellos, los niños y adolescentes, quienes sufren con más fuerza los latigazos de la pobreza. Muchos viven en la calle, sin recursos ni nadie que se encargue de ellos. Las organizaciones que trabajan con los menores estiman que tan solo en Kampala hay más de 10.000 niños viviendo en guetos y calles de barrios marginales.

La fotoperiodista Aleksandra Dynas (Sosnowieck, Polonia, 1988) estuvo tres meses trabajando con una oenegé que asiste a los niños de la calle y después decidió quedarse y convivir con los pequeños durante otros dos meses y medio. Así empezó este proyecto fotoperiodístico. 

“Los niños de la calle no son un problema, sino que son resultado de lo que les rodea: de la pobreza, de la pérdida precoz de sus parientes, del impacto de enfermedades como el VIH, de las migraciones urbanas, de la pérdida de valores tradicionales, de la violencia doméstica, del abuso físico y mental”, enumera Dynas. A menudo carecen de acceso a agua potable, alimentos, atención médica, refugio, educación y protección. Algunos tienen suerte y son rescatados por oenegés, pero muchos pueden estar ahí de por vida. En algunos casos están tan acostumbrados a vivir en la calle que no quieren irse. En otros, llegan a formar familias con las pocas chicas que hay en la calle. No tienen educación sexual, no se protegen porque consideran poco probable contraer el sida, porque creen que a ellos no les puede pasar. Los embarazos son frecuentes.

Siempre atenta a los pequeños detalles, la fotoperiodista Dynas recorre con doce imágenes y un relato en primera persona el mundo infantil de marginación y esperanza de las calles de Kampala.

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En Kampala hay varios guetos. Este es el de Kisenyi, el más grande de todos y que se divide en tres partes. Aunque a veces se mueven de un gueto a otro, normalmente los niños tienen espacios fijos en los que dormir.

Son muchos los motivos por los que un niño acaba durmiendo en la calle, pero la mayoría lo hace por culpa de la violencia doméstica. Les pegan en casa, les pegan en la escuela. Conocí a un chico al que sus padres enviaron a por agua. Por el camino encontró a unos amigos, se entretuvo y se olvidó por completo de su encargo. Cuando se dio cuenta, ya era muy tarde para ir a por ella y prefirió huir a enfrentarse a la reprimenda por su descuido. Sabía que su padre se enfadaría muchísimo y le daría una paliza. Nunca más volvió a su casa.

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En Uganda está vigente la Ley de la Infancia, que en teoría debería regular la protección de estos pequeños. El Gobierno creó además múltiples programas y políticas que tenían como objetivo el reasentamiento y la rehabilitación infantiles, pero no tuvieron en cuenta la inviabilidad económica del proyecto ni el verdadero origen del problema: por qué están en la calle y cómo evitar que lleguen a ella.

Esperé durante horas para poder hacer esta fotografía. El agua en las barriadas es un lujo y los niños no tienen acceso a ella. Muchos se lavan y limpian su ropa en las aguas residuales.

Una de las tareas de los niños para ganar algo de dinero es recoger y vender botellas de plástico. El chico de la foto recibió 400 shillings (10 céntimos de euro) por los dos kilos de botellas que entregó. Las botellas que recogen en la ciudad se almacenan en Kisenyi hasta que son vendidas. Una vez por semana, un vehículo las recoge pero nunca logra vaciar el espacio por completo, así que siempre hay miles acumuladas junto a la basura.

Normalmente este trabajo lo hacen los más pequeños. Los mayores de siete años buscan ingresos por otras vías: haciendo pequeños trabajos por horas, limpiando casas, ayudando en la demolición de edificios…

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Un día pregunté a los niños cuál era el problema más duro al que se enfrentaban. Muchos dijeron que la policía, pero un grupo destacó también el aburrimiento. Los niños se aburren mucho en la calle: no van a la escuela, no trabajan. Están en una especie de limbo sin salida. 

Como apenas comen, normalmente tampoco tienen energía para hacer nada, ni siquiera para jugar. Pero el día que tomé esta foto sí que jugaron. Hicieron unas pequeñas montañas de tierra y empezaron a dar volteretas sobre ellas.

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Esta foto habla de hambre. En Kampala son las organizaciones locales las que se encargan de alimentar a los niños de la calle. Algunas de ellas también les dan clases dos o tres veces por semana. Les enseñan matemáticas, inglés o religión y, al acabar la jornada, les ofrecen un plato de comida con posho —la harina de maíz blanco que se ve en los platos— y salsa de frijoles. Es uno de los platos más típicos de Uganda.

El chico de la camiseta roja es un entrenador de boxeo. Se llama Esar, tiene 22 años y vive en la calle desde pequeño. Cuando Mark, un antiguo niño de la calle, descubrió su afición a este deporte, le propuso aprovechar su potencial y montar clases de boxeo para todos los niños.

A veces se organizan competiciones entre los diferentes guetos con un premio económico para el ganador recaudado por los líderes de las distintas comunidades. El premio es grande, unos 300.000 shillings (unos 70 euros), así que se han acabado convirtiendo en eventos bastante importantes.

Otro de los grandes problemas que señalan los niños en la calle es la ociosidad, la eterna suspensión, la imposibilidad de ir a la escuela. Para matar el tiempo, muchos de ellos comienzan a beber, a tomar drogas o a buscar pelea.

El joven de esta foto está fumando tabaco, pero es muy habitual entre ellos el consumo de khat, una planta anfetamínica que llaman “miraa” y que mastican como si fuera un chicle. Contiene un estimulante que causa excitación, pérdida de apetito y euforia. Crece en la parte oeste de Uganda y se vende empaquetada en hojas de plátano. Es bastante barata. Una bolsita puede costar 23 céntimos de euro y suelen compartirla entre varios.

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Este chico fue agredido por un conductor de boda boda, las motos que hacen de taxi en Kampala. Apareció llorando y con una herida en la oreja que no dejaba de sangrar. Quien le está curando es Mark, un antiguo niño de la calle que ya ha cumplido los cuarenta años y que sigue en Kisenyi ayudando a los pequeños. Además de atención médica, les enseña a tallar figuras de madera para que puedan venderlas y conseguir algo de dinero.

La violencia es uno de los principales problemas de los niños de la calle. A menudo les golpean sin motivo aparente, y después no reciben ninguna atención médica. Solo pueden contar con ellos mismos, con otros niños de la calle y con las oenegés que vienen de vez en cuando y curan sus heridas. Una ayuda demasiado pequeña e insuficiente.

Aleksandra Dynas

Algunos niños tienen la oportunidad de dormir en los contenedores vacíos, pero no de forma gratuita. Sus propietarios les cobran una cuota mensual, así que muchos menores se agrupan para alquilar uno entre varios. Como no hay electricidad, tienen que alumbrarse con velas.

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Hay muy pocas chicas en la calle. En el tiempo que estuve trabajando allí vi a unos 150 niños, pero tan solo me encontré con cuatro chicas. Por la educación que reciben, las niñas suelen aguantar mucho más tiempo en sus casas pese a las palizas. Además, la sociedad las considera más útiles porque obedecen más las peticiones de los adultos y acostumbran a trabajar en el hogar. Las educan para servir.

Las que sí escapan y acaban en la calle son rápidamente identificadas por las organizaciones porque la vida para ellas es aún más peligrosa. Algunas son violadas por chicos mayores que también viven en la calle o acaban dedicándose a la prostitución.

Al ser pocas, lo habitual también es que se hagan amigas y se ayuden. En ocasiones se juntan varias y pagan habitaciones muy pequeñas y muy baratas, donde duermen todas. Estuve con unas chicas que llevaban mucho tiempo en la calle. Algunas se dedicaban a la prostitución, y compartían una sola habitación entre diecisiete personas.

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