Un mar de desesperación

Veinte personas caen al mar y un refugiado se tira al agua para salvar a sus compañeros de viaje. Crónica a bordo del Astral de Proactiva Open Arms.

Un mar de desesperación
Santi Palacios

Un bote neumático con unas 150 personas a bordo va a la deriva en el Mediterráneo. Está pinchado. Veinte personas caen al agua. La situación es tan desesperada que hasta un refugiado se tira al mar para rescatar a sus compañeros y compañeras de viaje. En solo unos minutos, pasa de rescatado a rescatador. Esta es la crónica de la enloquecida situación que se vive en la frontera más peligrosa del mundo, donde 3.200 personas han muerto este año, según la OIM, aunque solo el fondo del mar sabe realmente cuántas son.

La radio no había parado de sonar desde el amanecer, pero este aviso era especial. El pánico se ha adueñado de un bote neumático. Aunque la mayoría de sus pasajeros cuenta con chalecos salvavidas, unas veinte personas han caído al agua.

Una lancha de rescate de Proactiva Open Arms sale disparada hacia la zona sin titubear. A una velocidad de treinta y cinco nudos, tarda pocos minutos en llegar al lugar. Por el lomo de esta lancha han pasado decenas, centenares de personas desde que el Astral, el inconfundible velero de la oenegé catalana, comenzó a navegar en alta mar a principios de este verano. Ahora van por su quinta misión, y seguirán aquí al menos hasta octubre.

lancha proActiva… Santi Palacios

La escena toma tintes cinematográficos. La enorme barcaza se ha pinchado y amenaza con irse a pique con decenas de personas aún encaramadas sobre ella. A su lado, varias lanchas de salvamento —guardacostas italianos, MOAS, Iuventa— se afanan en subir a bordo a las personas que, presas del pánico, se agolpan tratando de hacerlo todas a la vez. El efecto dominó es inmediato y más gente empieza a caer al agua. El estrés aumenta. Alrededor, formando un círculo de un par de millas de diámetro, varios buques humanitarios y militares se preparan para recibirlos a bordo.

Un helicóptero militar desciende hasta casi acariciar el mar y levanta unas olas. Cuando se ha acercado lo suficiente, lanza un par de balsas que se inflan de forma automática apenas entran en contacto con el agua. Las personas que saben nadar —que son una minoría— se dirigen hacia ellas por sus propios medios. Otras esperan ya a salvo sobre otras balsas de salvamento que han lanzado desde el buque Iuventa minutos antes. El resto palmotea contra el mar y se agarra a los chalecos, arañando minutos a su lucha contra el Mediterráneo, hasta que alguna de las lanchas pueda llegar a ellos.

Los dos socorristas que van a bordo de la lancha de Proactiva se reparten el trabajo. Lucía Rodríguez ayuda a subir a los que han caído al agua, mientras Yared Sabio traslada a los que continúan sobre el bote pinchado. “¡Calma! ¡Uno a uno o nos hundiremos también nosotros!”, grita Nico Schachinger, el patrón de la lancha, al tiempo que hace malabares con volante y motor para mantener el control.

Decenas de personas esperan a ser rescatadas por un equipo de Proactiva Open Arms. Santi Palacios

En medio del caos, uno de los refugiados se une a los socorristas y se lanza al agua para sacar a gente. Uno tras otro: hombres, mujeres y niños. Todos van siendo empujados o arrastrados hasta la lancha de salvamento por este héroe espontáneo que se niega a subir a la embarcación hasta que todo el mundo esté fuera de peligro.

Es la metáfora de la truculenta y a la vez absurda situación que se vive en el Mediterráneo, en esa ruta que va de Libia a Italia y en la que cada vez hay más presión, fruto también del cierre de fronteras en el Mediterráneo oriental tras el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía. Un refugiado salvando a otros refugiados, con helicópteros militares, barcos humanitarios y buques militares alrededor.

Estamos a unas trece millas de las costas libias y al menos diez embarcaciones han salido esta mañana desafiando a la oscuridad, en busca de un futuro mejor. O de un futuro, a secas. Todas van sobrecargadas, con más de un centenar de personas en el caso de los botes neumáticos, cifra que puede aumentar mucho en los grandes barcos de madera. Siempre sin agua y sin espacio.

“Salimos de madrugada, sobre las dos. Nos montaron en la barca y nos lanzaron al mar, pero no nos dijeron hacia dónde teníamos que ir”, cuenta ya a salvo Joseph, un nigeriano que no cesa de intercalar agradecimientos mientras relata su infernal viaje de huida. “Gracias por venir en nuestro auxilio -dice al equipo de Proactiva-, gracias por salvarnos la vida”.

Hacía cinco días que no salía ninguna embarcación desde Libia, y la jornada se intuía intensa desde la noche anterior. La mala mar imperante durante toda la semana había cortado por completo el flujo. Lo que a veinte millas de la costa apenas parecen unas leves ondulaciones sobre la superficie del agua se transforma en olas de considerable tamaño a pie de costa, con la suficiente fuerza como para plantar cara a los esfuerzos de los traficantes por empujar las barcazas mar adentro.

El día anterior lo habían intentado, y se encontraron con otro obstáculo que nada tenía de meteorológico. A pocos metros de la playa, una suerte de peaje clandestino marítimo con trampa. Según explican los propios refugiados, varios grupos de hombres armados les pidieron dinero para dejarles continuar. Si se negaban, eran devueltos a Libia. Si aceptaban y pagaban, también.

Rescatador… Santi Palacios

Por increíble que parezca, en esta operación nadie perdió la vida. Albert Bargués es el capitán del Astral y lleva dos meses participando en estas misiones. Coordinó toda la operación desde el puente de mandos y considera fundamental subrayar que, pese a todo, no hubo que lamentar víctimas de ningún tipo. “Cuando localizamos una embarcación, es casi obsesivo por nuestra parte dar prioridad a la colocación de chalecos”. Un gesto casi automatizado que ha permitido salvar muchas vidas.

Barcos de rescate, buques militares, helicópteros. Pero siguen los naufragios. Desde que la Operación Mare Nostrum, diseñada para salvar a los que viajan en barcazas, se suspendió a finales de 2014, la ruta no solo no se ha cerrado sino que se ha hecho más concurrida. Ante el aumento de naufragios y la pasividad de la Unión Europea, que centra desde entonces sus operaciones en tareas de vigilancia de las fronteras, las oenegés se lanzaron al mar para atender esta crisis humanitaria. MOAS ya lleva varios años trabajando en el mar, Médicos Sin Fronteras lanzó tres barcos el año pasado, Proactiva este año, y hay muchas más organizaciones que ya se han implicado en la crisis: Médicos del Mundo, Sea-Watch, SOS MéditerranéeJugend Rettet, Save the Children, Refugee Boat Foundation.

Las oenegés —algunas sin experiencia en el mar— se ven obligadas a lanzar operaciones de salvamento con muchos menos recursos que las fragatas militares. Todos los equipos humanitarios intentan salvar el mayor número posible de vidas, pero son los gobiernos y la Unión Europea los que tienen los recursos y la capacidad para cerrar esta crisis.

Santi Palacios

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