Los indignados ya gobiernan en Delhi

Historia del partido que manda en la capital de la mayor democracia del mundo

Los indignados ya gobiernan en Delhi
Igor G. Barbero

En la capital de España ha surgido Ahora Madrid y en la capital de Cataluña, Barcelona en Comú. En la capital de la India, Nueva Delhi, ya gobierna tras dos asaltos electorales el Aam Admi Party (AAP) o Partido del Hombre Común en su traducción del hindi. ¿Qué ha conseguido una vez en el poder esta formación que nació con la lucha contra la corrupción por bandera? ¿Cómo intentaron aislarla los partidos tradicionales? ¿Cuáles son sus contradicciones y qué han aprendido los indignados indios? Esta es la historia de un partido de la nueva política al mando de una de las mayores ciudades del mundo. Allí, en la laberíntica y contradictoria Delhi, la casta no es una metáfora sino una categoría para discriminar a los ciudadanos.

El 15-M indio

Abril de 2011. Nueva Delhi cumplía un siglo como capital india, un periodo que ha visto multiplicar su población por 167 (de 100.000 a 16,7 millones) y pasar de ser una ciudad de refugiados de la partición del subcontinente a la atalaya de una de las potencias emergentes. En la ciudad hacía ya el bochornoso calor propio de sus veranos de más de seis meses. También ardía la calle. En Jantar Mantar, el manifestódromo local, cientos de estudiantes, abogados, profesores y amas de casa escuchaban con atención a un menudo septuagenario de inspiración gandhiana, Anna Hazare. Entre los asistentes había muchos jóvenes, convencidos de que su movilización podría cambiar el sistema.

Tocado con el gorro que hizo célebre al primer jefe de gobierno indio, Jawaharlal Nehru, este hombre pausado y tranquilo atrajo misteriosamente a las masas a unas protestas que se sucedieron durante semanas y luego meses. Inicialmente, con un único y claro objetivo: forzar al gobierno a aprobar una ley anticorrupción (Lokpal). El modus operandi fue siempre similar: huelgas de hambre, una de las principales formas de protesta en la India.

Como en tantas otras ciudades, el fenómeno se fue apagando ante la aparente imposibilidad de convertirse en una opción política. Exenta de carisma y ambición, la opción Hazare devino monótona y desalentó a una sociedad sedienta de cambio que almorzaba cada día con portadas de periódicos sobre la salvaje corrupción de sus gobernantes. Entonces surgió Arvind Kejriwal, asesor de Hazare que creó el Partido del Hombre Común (Aam Admi Party, AAP) y que se propuso ganar Delhi.

Novatos al frente de la Asamblea de Delhi

Dos años y medio después del comienzo del movimiento anticorrupción, el AAP tenía claro que las elecciones de 2013 a la Asamblea de Delhi eran su gran oportunidad, pero se vio sobrepasado por los resultados. Consiguió 2,32 millones de votos, casi el 30 % del total de sufragios emitidos. No fue la fuerza mayoritaria pero el juego de alianzas le permitió gobernar apoyándose en un socialdemócrata Partido del Congreso a la deriva.

Los cambios cosméticos fueron instantáneos. Kejriwal juró su cargo en un parque público al que se desplazó en metro y dejó la residencia oficial, la protección de la policía y otras prebendas asociadas al poder por un apartamento y un vehículo normal. En apenas dos meses en el cargo aprobó medidas favorables a las clases bajas y se ganó el título de jefe anarquista con una sentada junto al Parlamento nacional en protesta por la inacción de las fuerzas del orden, pero pronto pagó su primera novatada. Lanzó un órdago para sacar adelante una ley anticorrupción en la asamblea capitalina, principal objetivo de su programa. Los grandes damnificados habrían sido los dos grandes partidos tradicionales de la India: sus aliados del Partido del Congreso y el derechista BJP (Bharatiya Janata Party o Partido Popular de la India). No aceptaron y Kejriwal dimitió.

Activistas y voluntarios del Aam Admi Party (AAP) en la sede de la formación en Delhi. Igor G. Barbero

Pocas semanas después de unas elecciones históricas, los indignados de la India abandonaron el poder y se montó un huracán político a su alrededor. Delhi se quedó sin gobierno durante un año, administrada mediante una suerte de gobernador dependiente del gobierno central. Fue un año en el que el BJP del implacable Narendra Modi ganó las elecciones generales y en el que el AAP quiso probar suerte presentando medio millar de candidatos, la mayoría grandes desconocidos, pero obtuvo resultados desiguales y solo cuatro escaños, fracasando en el intento de convertirse en una fuerza de alcance nacional.

Ya investido como primer ministro, Modi convertía en oro todo lo que tocaba en un país cansado por la falta de liderazgo del Partido del Congreso de la familia Nehru-Gandhi. Para derrotar a los indignados en Delhi, el primer ministro más votado de la historia escogió a una candidata desertora del AAP, Kiran Bedi, y orquestó una agresiva campaña contra un Kejriwal en horas bajas. El líder de los indignados indios se pasó el periodo preelectoral haciendo un ejercicio consciente de cura de humildad, pidiendo perdón constantemente por haber dimitido tan pronto en su primera oportunidad en el poder y por el exceso de ambición que llevó a su partido a chocar en las generales con el muro de los partidos tradicionales de la India.

La victoria definitiva

Con todo en contra, el AAP de Kejriwal no solo no fue castigado por la ciudadanía sino que arrasó llevándose 67 de los 70 escaños y hundiendo inesperadamente en el barro al hinduista BJP, que venía subido a una ola de éxito con cómodas victorias en casi todos los comicios regionales anteriores. ¿Cómo fue posible?

“La candidata del BJP fue muy ofensiva y descalificaba constantemente. A la gente eso no le gustó”, opina Bipul Dey, encargado de la sede del AAP en Delhi.

“Mientras nosotros hablábamos de las necesidades básicas de la gente, de desarrollo, de cómo cambiar las cosas, ellos no hacían otra cosa que atacar. La gente eligió a un gobierno para ser gobernados”, remacha Dey.

El cambio ya se había convertido en historia. Poco antes de los comicios, la sede del partido se había mudado al barrio de East Patel Nagar, mucho menos céntrico que su primera ubicación en el corazón de Delhi, en la que la formación pudo estar gracias a un simbólico alquiler de una rupia mensual (1,3 céntimos de euro) ofrecido por un simpatizante. Después del torbellino electoral, entre el desorden típico de una nueva oficina aún se podían ver algunas de las escobas (jhadu) que se convirtieron en símbolo de la formación. Cien mil ejemplares fueron repartidos entre los seguidores en actos y mítines para barrer la corrupción, un concepto de limpieza diferente al del exalcalde de Badalona Xavier García Albiol. Tras la victoria, el talismán del cambio escogido por las masas fue un gorro blanco, el mismo de Nehru, el mismo de Hazare, pero con el lema Cinco años Kejriwal. El souvenir ha causado furor en la India.

De nuevo al frente de la ciudad, Kejriwal no quiso renunciar a sí mismo. Salió a la calle para manifestarse contra una reforma de tierras impulsada por el gobierno central de Modi. Como ya hiciera en los primeros pasos de su primer mandato, empezó a tomar medidas contra la corrupción y puso en marcha una línea de teléfono en la que los habitantes de la capital india pueden denunciar casos de corrupción. Y desde su equipo de gobierno se afirmó con convicción en los primeros días que las prácticas fraudulentas estaban reduciéndose en la ciudad, donde se produjeron decenas de arrestos de funcionarios que fueron sorprendidos aceptando sobornos.

Los primeros problemas

A finales de mayo se cumplieron los cien primeros días del AAP en el poder, suficientes para darse cuenta de que su empresa no era tan fácil como pensaban. Delhi tiene un estatus especial. No es gestionada ni como ciudad ni como una de las 29 divisiones regionales de la India. Oficialmente considerada “Territorio Nacional Capitalino”, Delhi no goza de pleno carácter constitucional de estado. Su Asamblea Legislativa controla gran parte de las competencias pero no el orden público y el suelo, que recaen sobre el gobierno indio, y tres pequeñas corporaciones municipales gestionan a su vez determinadas tareas como el saneamiento, ciertas infraestructuras y algunos impuestos. En la figura que ahora ostenta Kejriwal, jefe de gobierno de Delhi o chief minister, se concentran de alguna manera las atribuciones de alcalde y de presidente de la comunidad.

El enjambre burocrático no acaba aquí. Delhi es hoy una de las capitales más pobladas del planeta. Se extiende hacia otros estados que la rodean, creando una mancha urbana que, incluyendo localidades vecinas que se han ido uniendo a la ciudad, supera ya con creces los veinte millones de habitantes. Ubicada en un lugar con mucha historia, la de sus 1.500 monumentos como mausoleos y mezquitas, Delhi sigue siendo un vergel de fauna y flora (el 25% es área verde) pero la insalubridad, el caos y el subdesarrollo lanzan interrogantes de complicada respuesta.

La emblemática Puerta de la India, en el corazón de Nueva Delhi. Igor G. Barbero

Desde este año la ciudad está considerada además como la que peor aire del planeta tiene. Pese a ser la atalaya política del país, carece de un sistema formal de recogida de basuras, de buen alcantarillado o aceras peatonales. Unos 1,8 millones de personas viven en arrabales —cifra solo superada por Bombay— y el Yamuna, que atraviesa la ciudad, es un menguado río que escupe espuma blanca y desprende hedor a su paso. El caótico tráfico es un recordatorio del exponencial crecimiento que ha experimentado el parque automovilístico de la urbe, ni siquiera frenado por la expansión de un metro que embarca cada jornada a más de dos millones de pasajeros.

En apenas tres meses en su segunda etapa en el poder en Delhi, los indignados indios ya se han enfrentado a sus primeras crisis, no solo relacionadas con la gestión de la ciudad. Poderosos grupos mediáticos han puesto en duda su capacidad para gobernar. El partido ha sufrido importantes deserciones y ha sido acusado de permitir un liderazgo dictatorial bajo la batuta de Kejriwal. En abril, su impoluta aura moral se vio manchada por el suicidio en directo de un campesino que protestaba contra la ley de tierras promovida por el gobierno central del primer ministro Modi. El granjero, ahogado por deudas contraídas tras unas malas cosechas, se ahorcó en un árbol en Nueva Delhi durante un acto de Kejriwal, que no fue capaz de detener su mitin y luego se disculpó por el “error” de no haberlo hecho. También se han producido protestas de colectivos que pedían aumentos salariales.

Pero quizás el episodio que más ha afectado al partido en este tiempo ha sido la controversia en torno a su consejero de Justicia, Jitender Singh Tomar, acusado de haber falsificado una licenciatura de Derecho para concurrir a las elecciones. Tomar, un tránsfuga del Partido del Congreso, fue detenido este mes por la Policía en Delhi en relación con este caso y poco después presentó su dimisión.

¿El Mujica de la India?

Detrás del fenómeno AAP se encuentra un delgado ingeniero mecánico con gafas de estudiante de primaria y ubicuo bigote nacido hace 46 años en el estado indio de Haryana, en el seno de una familia culta de clase media. Funcionario de Hacienda durante gran parte de su vida profesional, Kejriwal conducía una scooter y creó su propia ONG, Parivartan, para ayudar en temas fiscales a gente con escasos recursos. Su entorno cercano lo describe como un tipo sencillo que disfruta viendo películas con su familia en el cine (ahora solo puede hacerlo una vez al mes).

Los Kejriwal tienen dos hijos: una chica que sigue sus pasos en el mundo de la ingeniería y un joven que hace secundaria. El líder de Delhi se levanta muy temprano, a las cuatro o cuatro y media, revisa sus e-mails y mensajes e intenta, incluso ahora que es más conocido, responder al máximo número de peticiones, algo imposible pues llegan más de un millar a su buzón.

Algunas cosas de Kejriwal recuerdan al expresidente uruguayo José Mujica.

“Arvind es una persona muy humilde. Si visitaras su casa entenderías muchas cosas. Su refrigerador tiene tal vez más de 25 años. Si funciona bien ¿para qué lo va a cambiar?”, dice Bipul Dey, administrador de la sede del AAP.

Dey cree que pese a la responsabilidad de gobernar, Kejriwal no ha perdido aún la humildad en su forma de hablar y actuar: “Nos conoce a todos. Su intención es aplicar medidas. Quizás no pueda hacer todo lo prometido, pero nadie duda de sus intenciones”.

También el escritor y periodista Rashid Kidwai, autor de obras sobre los Gandhi, coincide en que una de sus virtudes es la modestia, valor que ha estado ausente en los últimos años de la política india. “Lo primero que pierde la mayor parte de la gente que está en la vida pública es el sentido común, y él lo tiene muy desarrollado. Obtuvo muchos votos de la clase acomodada, que a priori debería votar por el BJP. Él se da cuenta de que hacer negocios es legítimo, no te convierte en criminal. Nadie está en contra de las reformas, el problema es la postura que tomes. Mira Bill Gates, él también gana dinero”, dice Kidwai, en aparente alusión a las actividades filantrópicas del multimillonario norteamericano.

¿Liderazgo o personalismo?

¿Habría sido posible todo esto sin Arvind Kejriwal? Como ocurre con Pablo Iglesias en Podemos, hay quien cuestiona la consolidación de su figura, que si bien a corto plazo ayuda al partido a conectar con la gente, a largo plazo puede llevarlo a las prácticas de aquellas formaciones que hoy son el blanco de sus críticas. También como en Podemos, ha habido despedidas. Yogendra Yadav, uno de los fundadores y principales portavoces del partido, fue expulsado de la ejecutiva en marzo. Había desarrollado un borrador con una visión del partido distinta a la de Kejriwal, que acabó imponiéndose, y acusó a su líder de manipular la decisión. “Hay que liberar la idea del AAP de la realidad del AAP”, criticó cuando fue destituido. Otras voces acusan a Arvind de ser “un freak del control que no acepta un no por respuesta”.

En el seno de la formación, sin embargo, la mayoría lo sigue teniendo claro:

“Kejriwal será el siguiente gran cambio en la India. Tiene la capacidad y habilidad de cambiar el sistema político podrido de Delhi. Así lo creemos”, dice convencido el portavoz Bipul Dey.

El activista recuerda que fue Kejriwal quien consiguió aplicar la Ley de Derecho a la Información, gracias a la cual casi todo lo relacionado con la actividad gobernante puede llegar a ser de dominio público si hay una petición de por medio. “Esta es una transparencia que nuestro país nunca había visto”, defiende.

Las claves del éxito

Delhi no es Barcelona o Madrid, ¿pero qué lleva a una megaurbe así a salirse del sistema tradicional de partidos para dar el poder a unos novatos? “La política en la India está en un momento álgido, de transición. Desde la independencia tuvimos un sistema político vertical de gente que era clasificada en castas, religión y distinciones económicas. Ahora en Delhi la política crece a nivel horizontal y aglutina a la gente por un sentimiento de rechazo a la política o a la clase política. Es muy interesante, pues atrae a grupos que no tienen nada en común: jóvenes, mujeres, musulmanes, brahmanes y dalits o intocables. No hay tensión social entre ellos, es una fuerza unificadora”, explica el analista Kidwai.

Para el profesor universitario experto en ciencias políticas Bhagwan Josh, de la Universidad Jawaharlal Nehru, el “AAP marca la diferencia simplemente porque se fija en soluciones locales”. Y eso en un país con marcadas desigualdades sociales, en el que la brecha entre ricos y pobres no solo no disminuye sino que parece aumentar, es mucho. “Su programa se centra en manejar los recursos existentes de agua, electricidad, sanidad y educación, de manera que se distribuyan de manera más equitativa. En Delhi, un 70 % de la gente es pobre”, argumenta.

Para medir el éxito del partido, quizá lo más fácil sea preguntar a los seguidores del AAP:

“Había perdido la motivación, me iba siempre pronto a la cama aburrido. Ahora me siento parte de algo, de un gran sentimiento”, dice Rabir Singh, un voluntario sexagenario.

El AAP cuenta con una creciente masa de apoyo social que se extiende más allá del subcontinente a países en los que hay notables diásporas indias, como EEUU, Canadá y el Reino Unido. “Tenemos oficinas en diferentes ciudades extranjeras que nos ayudan a atender y filtrar quejas de ciudadanos sobre la falta de electricidad, agua o denuncias sobre un candidato político determinado”, explica Singh.

El diálogo también será necesario en la India

Igual que en España tras las elecciones autonómicas, el AAP necesitará ponerse de acuerdo con otros partidos. Aunque los indignados indios tengan una abultada mayoría absoluta, no dependen de sí mismos. Con Delhi encajonada entre Haryana y Uttar Pradesh, estados gobernados por sus oponentes, el Partido del Hombre Común no puede desarrollar todas sus ambiciones sin cooperar con el BJP de Modi, que gobierna en la India. El agua viene de una región y buena parte de la electricidad, de la otra. Y estas fueron dos de sus grandes promesas electorales.

¿Dónde está el techo de Kejriwal? “No tiene una base para durar mucho tiempo, está totalmente a merced de Modi. A menos que Modi quiera cooperar o que de manera tácita Kejriwal diga que no va a ir más allá de Delhi”, cuestiona Josh, pese a mostrar simpatía por el aire fresco que el movimiento aporta a la ciudad. Como muestra, la disputa que el AAP tiene actualmente abierta en torno a las competencias del teniente gobernador de Delhi, una especie de delegado del gobierno. Se trata de un cargo designado a sugerencia del ejecutivo central que puede entorpecer el nombramiento de puestos clave en la Administración capitalina y otras políticas del gobierno de Kejriwal.

“Kejriwal tiene un perfil oenegero, de alguien que quiere y puede cumplir promesas”, razona Josh, profesor universitario.

El profesor indio Bhagwan Josh. Igor G. Barbero

Josh piensa que Kejriwal, como su némesis derechista, Modi, es “una figura muy carismática con mucha capacidad para inspirar a la gente. Y es pragmático: si puede reunir a suficiente gente a su lado y contagiar ese entusiasmo, podrá hacer algo”. ¿Cuál es la clave para sostenerse a medio y largo plazo? Los jóvenes. “La gente joven quiere empleos, buena educación y salud. Solo puedes generar trabajo si eres capaz de desarrollar el capitalismo en su estado puro. Solo puedes dar educación y salud si el Estado pone mucho énfasis en el desarrollo. ¿Cómo va a consolidar una base industrial que garantice muchos puestos de trabajo para la gente joven? Este es un país del tercer mundo con televisión y redes sociales. La gente joven quiere tener dinero en sus bolsillos. Están llenos de impaciencia y ambición. A nivel nacional, las reformas profundas son necesarias y están atascadas por asuntos como el de la tierra”, opina el profesor.

Desde la formación mantienen todavía el optimismo de los primeros días y confían en la capacidad de sus cuadros para ejercer políticas constructivas pese a la magnitud del reto y las trampas de la vieja política. “Hay que entender lo que la gente necesita. La gente necesita recursos para alimentar a su familia. Hay que crear oportunidades para los emprendedores, pero sin que haya sobornos de por medio”, afirma Bipul Dey. El activista pone como ejemplo a un vendedor de la calle, una profesión que comparten millones de personas en el gigante asiático y que generalmente pertenece a la economía informal. Zapateros, planchadores e incluso dentistas ofrecen sus servicios sin ningún tipo de licencia, pago de impuestos o autorización para desarrollar actividades económicas en la calle. “Nosotros no le prohibiremos nada a esta persona, sino que le permitimos continuar con su trabajo temporalmente hasta que encuentre una solución. No solo conseguirá seguir alimentando a su familia sino que el día de mañana igual emplea a dos personas más”, argumenta. Y continúa: “En la India tenemos industrias que funcionaban diez años atrás. Ahora están cerradas. Pueden ser utilizadas para otros propósitos. ¿Por qué no hacerlo? Hay tierras que no están siendo usadas y que son infértiles. ¿Por qué no usarlas? Tomaremos decisiones teniendo en cuenta al país y a su gente. No tomaremos decisiones para alegrar a unos especuladores que construyan unas cuantas casas”.

El futuro del Partido del Hombre Común

En la Universidad de Jawaharlal Nehru (JNU), el epicentro de los movimientos estudiantiles de izquierdas en Delhi, los murales en contra del derechista Modi y sus políticas son ubicuos. Pero a diferencia de Podemos, el AAP no salió de las contestatarias aulas ni tiene en una facultad de la JNU su particular Somosaguas. Quizá la juventud india tampoco es lo que era en un país impulsado por un crecimiento que ha disparado las desigualdades. La India es un verdadero puzle, un jeroglífico político, más si cabe después de la desintegración que ha sufrido el histórico Partido del Congreso en los últimos años después de detentar el poder durante la mayor parte de la historia de la India independiente.

Una enorme caricatura del primer ministro indio, Narendra Modi, preside la entrada a la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Jawaharlal Nehru de Delhi. Igor G. Barbero

“Hay una diversidad ideológica total, no hay una visión unificada del futuro en este país. Todos estos partidos parece que están luchando entre ellos, pero esta contienda no produce ninguna visión dominante”, dice el profesor Josh. Y agrega: “¿Hacia dónde va la India? Nadie lo sabe. Es muy interesante, me recuerda a la situación de la década de 1920, cuando todas las visiones que estaban contendiendo en Europa vinieron juntas a la India. Había liberalismo en la India en ese entonces, nacionalismo de derechas, nacionalismo de izquierdas, comunistas, socialistas… todas esas visiones estaban ahí entonces. Pero el Partido del Congreso fue capaz en cierta manera de amalgamar y conseguir que todos los estados tuvieran un diálogo entre ellos”, sostiene el académico.

¿Es posible que se replique el fenómeno de Delhi en otras grandes ciudades? Bhagwan Josh no ve disparatado que se produzca un efecto dominó y piensa en ciudades como Bombay y Bangalore. “Si los pobres sienten que es un partido que puede conseguir el 50% de sus promesas, entonces hay opciones”, dice. Pero llegar al poder en la India ya es otra cosa.

“La cultura del consumo tiene mucha fuerza en todo el país. Todo el mundo quiere un coche, una tele, una buena casa. Hay una mentalidad muy materialista”, recuerda Josh.

En opinión del profesor universitario, en el momento en que los indignados decidan salir de Delhi se las verán con los grandes problemas de la política. “No los veo preparados de momento para dar el salto a nivel nacional. Muchos de ellos son simpatizantes del campesinado, pero lo que parece estupendo en la ciudad puede convertirse en un gran obstáculo a nivel nacional para el desarrollo de este país”.

El analista Rashid Kidwai, en cambio, es mucho más optimista: “La de ahora es una alternativa nueva y diferente a lo que había. Los partidos organizados son todos parecidos, tienen posiciones similares sobre el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y las estructuras burocráticas. Las principales corporaciones indias están financiando estos partidos y pesan sobre ellos casos de corrupción. Muchas multinacionales se plantean limpiar su nombre. La corrupción ha dañado el sistema político. Si este partido empieza a implantarse, puede tener éxito”.

Desde el cuartel general de los indignados creen que la transparencia debe estar por encima de las siglas de los partidos, pero no ocultan su ambición política. “Delhi es un pequeño estado en un país enorme —dice el portavoz Bipul Dey—. El objetivo debe ser ir estado por estado. Ojalá, dentro de cinco años, cuando volvamos a tener elecciones en la India, tengamos un país algo distinto y la gente haga preguntas a su gobierno. Queremos que este sistema podrido cambie, pero eso no significa que tenga que gobernar el Partido del Hombre Común o que lo quiera hacer solo. Que gobierne quien pueda, siempre que sea transparente”.

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