Dando saltitos sobres sus pies en la noche fría, Xabi, Aimar y Beñat son cada miércoles los gautxoris —pájaros nocturnos, en euskera— que aguardan la llegada de los últimos autobuses del día a Irún: el de las 9, que viene desde Galicia por la meseta, el de las 10, que cruza el Cantábrico, y el de las 11.15, que sube desde Madrid. No son agentes turísticos, sino voluntarios de Irungo Harrera Sarea (Red de Acogida de Irún, en euskera). Esperan a desconocidos; a los únicos pasajeros que no miran por la ventanilla buscando un rostro conocido, sino la presencia policial.
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