Kenia: una explicación de la violencia postelectoral

La victoria del presidente Kenyatta y las protestas tras los comicios, contadas en 5W

Kenia: una explicación de la violencia postelectoral
Ben Curtis / AP

Uhuru Kenyatta sigue siendo el presidente de Kenia.

El viernes 11 de agosto, pasadas las diez de la noche, la Comisión Electoral de Kenia anunció que el ganador de las elecciones de tres días antes había sido Kenyatta —hijo del primer jefe de Estado del país africano—, con más de 8,2 millones de votos, equivalentes a un 54,27 por ciento de los sufragios.

Dos horas antes de este anuncio, la Súper Alianza Nacional (NASA, en sus siglas en inglés), coalición capitaneada por el eterno líder opositor, Raila Odinga, se negó a aceptar los resultados, fueran cuales fueran. No pilló a nadie de imprevisto: a lo largo de la semana habían clamado contra los resultados provisionales que daban a Kenyatta como vencedor. En vísperas del anuncio oficial, la oposición tachó el trabajo de la Comisión Electoral de “payasada” y dijo que las quejas presentadas no habían sido tenidas en cuenta.

“Para nosotros, recurrir a los tribunales no es una alternativa. Ya hemos pasado por esto”, dijo James Orengo, uno de los portavoces de la NASA, antes de pedir la solidaridad de los kenianos: “No hay fuerza en la Tierra que pueda con el poder del pueblo”. Las puertas de la protesta quedaban abiertas para sus seguidores.

Al menos 24 personas han muerto en los disturbios, según fuentes médicas y residentes consultados por esta revista.

Repasamos a través de nuestras habituales 5W qué ha pasado (y por qué) después de los comicios en Kenia.

WHO? El presidente Kenyatta

El presidente Kenyatta vota acompañado por su mujer, Margaret, en el norte de Nairobi. 8 de agosto de 2017. Ben Curtis / AP

Uhuru Kenyatta (literalmente, “Libertad Luz de Kenia”), el hombre más rico del país, será quien lo dirija durante los próximos cinco años. Pertenece a la tribu mayoritaria kikuyu, que representa en torno a un 20 por ciento de la población y que ha colocado a tres de los suyos entre los cuatro presidentes que Kenia ha tenido hasta la fecha. Por su zona de procedencia, en torno al Monte Kenia (centro-sur del país), los kikuyu (comunidad a la que pertenece el aspirante al Premio Nobel de Literatura Ngũgĩ wa Thiong’o) fueron quienes más sufrieron la colonización británica y sus fértiles tierras fueron confiscadas y entregadas a colonos entre finales del siglo XIX y 1963, fecha de la independencia. Pero también fue la etnia que más interacción tuvo con la administración colonial y cuyos miembros se hicieron con las riendas de las distintas agencias gubernamentales tras arriarse la Union Jack. Esta posición dominante y privilegiada se ha mantenido en el tiempo.

El vicepresidente de Kenyatta volverá a ser William Ruto, de la comunidad kalenjin (procedente del valle del Rift), la misma que el segundo jefe de Estado de Kenia, el dictador Daniel Arap Moi. Los kalenjin también fueron desposeídos de sus terrenos por los británicos, pero luego las tierras fueron adquiridas por Jomo Kenyatta, padre de Uhuru, y su camarilla kikuyu. Las rencillas entre los kalenjin y kikuyu están latentes y de momento han encontrado en la pareja Uhuru-Ruto un matrimonio de conveniencia con el que calmar esas pasiones.

Otra figura importante es la de Raila Odinga —hijo del primer vicepresidente del país, Oginga Odinga—, que es visto como el líder de los lúo y cuyos partidarios lo apodan “baba”: padre. Los lúo jamás han estado al mando del país. Oginga Odinga, vicepresidente entre 1964 y 1966 y favorable a un acercamiento con el bloque comunista, pasó a la oposición a Jomo Kenyatta por desacuerdos con sus políticas pro-occidentales. Otros líderes lúo vistos como posibles aspirantes a la presidencia han sido directamente asesinados en casos sin resolver, como Tom Mboya (1969) o Robert Ouko (1990, ya bajo la batuta de Moi). No es de extrañar que el pueblo lúo, una de las comunidades principales de Kenia, se sienta marginado y carente de representación nacional.

Es el caso de muchos jóvenes desempleados de las barriadas chabolistas. Sin educación, sin trabajo, sin futuro, totalmente desinformados y sin más ocupación que ver las horas pasar, son capaces de morir y matar por un líder que les prometa una salida de la cueva a la que están condenados. Algunos de ellos saquean las tiendas de la zona. El Gobierno asegura que es a estos a quienes combate: no los considera manifestantes pacíficos.

WHAT? La violencia postelectoral

Manifestantes opositores estallan de júbilo tras una rueda de prensa de la oposición que interpretaron como una victoria de Odinga. Barriada de Kawangware (Nairobi). 10 de agosto de 2017. Ben Curtis / AP

Algunos de los manifestantes que han salido a la calle tras el anuncio electoral están armados con palos, otros se han fabricado hondas con cuerdas para lanzar piedras a la policía si hace falta. Las piedras más grandes son un elemento habitual para montar barricadas en las calles, a las que se suman los neumáticos en llamas.

La policía está utilizando munición real y gas lacrimógeno para dispersar a los que considera manifestantes violentos que aprovechan el caos para saquear comercios. Pese al uso desproporcionado de la fuerza, el ministro keniano de Interior en funciones, Fred Matiangi, ha asegurado no tener constancia de muertos por disparos de la policía.

Las fuerzas de seguridad quieren sacar a la gente de las calles: en el recuerdo de todos aún anida la violencia entre comunidades de finales de 2007 y principios de 2008.

WHEN? Mirada al pasado

El 27 de diciembre de 2007, Kenia celebró elecciones presidenciales en las que el kikuyu Mwai Kibaki optaba a la reelección frente al eterno aspirante Odinga. Tras un proceso que los propios observadores de la Unión Europea consideraron fraudulento, Kibaki fue declarado vencedor el día 30 y juró el cargo a última hora de la tarde en una ceremonia medio a escondidas.

Odinga se autoproclamó vencedor y animó a sus seguidores a protestar. Entonces, como ahora, el asentamiento de Kibera, en Nairobi, fue uno de los primeros escenarios en sufrir protestas. En aquel momento, los kalenjin de William Ruto apoyaban a Odinga, y sacaron a relucir los agravios históricos sufridos a manos de los kikuyu en el Valle del Rift. En la iglesia de Kiambaa, al sureste de la ciudad occidental de Eldoret, atacantes kalenjin rodearon a varias decenas de kikuyu dentro del templo y le prendieron fuego. El resultado: al menos 38 muertos. La comunidad que da apoyo al presidente no tardó en contraatacar.

Esta oleada de violencia dejó más de 1.100 muertos y 600.000 desplazados que huyeron de asesinatos, violaciones, mutilaciones y robos, cuyo recuerdo aún provoca escalofríos entre las víctimas.

Uhuru Kenyatta y William Ruto —ahora presidente y vicepresidente reelectos— fueron dos de los seis imputados por la Corte Penal Internacional en 2010 como supuestos responsables de crímenes de lesa humanidad durante esas masacres. Ante la amenaza del tribunal de La Haya, Kenyatta y Ruto vieron la oportunidad de vender una alianza entre tribus rivales en un partido con el que aspirar al poder en 2013, y de paso alcanzar una ansiada impunidad como jefes del Estado. Las causas fracasaron entre 2015 y 2016, cuando varios testigos de la acusación se retractaron o, directamente, desaparecieron.

La de 2017 es la cuarta vez que Odinga, de 72 años, opta a la presidencia de Kenia. En todas ellas ha salido derrotado. En esta ocasión, el veterano político dijo que era su último intento, pero la ausencia de otro líder lúo de reputación y autoridad similar genera muchas dudas sobre el fin de su carrera política. Esto hace que algunos de sus seguidores perciban este intento de Odinga de llegar al poder como una última oportunidad de prosperar.

Vecinos se asoman al balcón durante los choques entre policías y manifestantes. Barrio de Mathare (Nairobi). 12 de agosto de 2017. Ben Curtis / AP

WHERE? Dónde se producen las protestas

Las violentas manifestaciones han tenido lugar en varios bastiones opositores, como los barrios chabolistas de Kibera, Mathare, Kawangware, Dandora y Kariobangi (en Nairobi), en las ciudades occidentales de Migori, Homa Bay, Kisumu y en el distrito de Siaya, zonas de procedencia de la tribu lúo, a la que pertenece Odinga.

En las barriadas de la capital se agolpan en condiciones precarias inmigrantes procedentes de distintas partes del país. Cada comunidad tiene una zona geográfica propia. En esta especie de favelas, las diferentes etnias están muy mezcladas y, aunque en general conviven en paz, la historia de Kenia está trufada de casos de violencia entre ellas, en especial desde la introducción de las elecciones multipartidistas, en 1991.

Además de los 24 muertos que fuentes médicas y residentes calculan que se han producido en estas zonas, hay decenas de heridos. “¡No tengo tiempo de hablar con periodistas ahora! Estamos en medio de una crisis. Nuestra gente está siendo asesinada: estamos llevando a gente al hospital”, decía Ken Okoth, reelegido diputado por la NASA en el arrabal de Kibera. Una fuente sanitaria del barrio de Mathare aseguraba que era difícil llevar el cómputo de cadáveres, puesto que la policía recogía los cuerpos y los almacenaba en sus camiones.

Una mujer llorando e incapaz de hablar camina entre policías antidisturbios durante los choques que tienen lugar en la barriada de Kawangware (Nairobi). 10 de agosto de 2017. Ben Curtis / AP

WHY? Más allá de las elecciones

La lucha por la presidencia es la lucha por el control de los recursos de un Estado lastrado por la corrupción. En el último Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional (2016), Kenia ocupa el puesto 145 de los 176 países analizados.

Según el antiguo consejero presidencial anticorrupción John Githongo, quien se tuvo que exiliar tras destapar el escándalo Anglo-Leasing, el Gobierno engulle en torno a un 10 por ciento del PIB del país, que ahora mismo es de unos 60.000 millones de euros, menos de la mitad que el de la provincia de Barcelona.

“Hemos pasado de la corrupción a un saqueo masivo. Ahora hay proyectos enteros, gigantescos, que se crean con el propósito premeditado de robar —dice Githongo—. En la corrupción encuentras un negocio, con la vida, la sociedad y el gobierno funcionando, y la gente tratando de robar un poco a través de pequeñas tramas, engañando a Hacienda o inflando los contratos”. El zar anticorrupción de Kenia cree que el Ejecutivo que acaba de ser reelegido es el más corrupto de la historia del país.

En Kenia, la política sigue estructurándose a partir de las comunidades, con la mayor parte de sus bases agrupándose en torno a un líder surgido de su propia etnia. Los políticos explotan al máximo esta situación. La justicia dista de ser independiente y la fe en las instituciones públicas es mínima, por lo que la calle es el recurso inmediato de muchos.

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