Texto: Xavier Aldekoa Fotografía: Alfons Rodríguez A Rodrigue lo que más le gustaba del mundo eran las alubias con arroz, los partidos de fútbol y los ruandeses muertos. Le entusiasmaba el olor a alubias. Cuando su madre Clodine cocinaba, el aroma a legumbre hervida ascendía lentamente por la ladera de Ngenge, una pequeña aldea de ciento diez casas encajadas en un claro en mitad de la selva congoleña. A veces, si la mujer encendía el fuego temprano, la fragancia se mezclaba con la niebla y se posaba en las copas de los árboles como si el olor viniera del cielo y estuviera cocinando Dios. A Rodrigue le gustaban tanto las alubias con arroz de su madre que había aprendido a odiarlas. Le pasaba igual con el fútbol o sus asignaturas preferidas en el colegio, la geografía y el francés: amaba su…
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