Eslovaquia: un muro para apartar a los gitanos

Historia reciente del barrio de Lunik IX, donde 6.500 personas aisladas sufren la discriminación y el racismo

Eslovaquia: un muro para apartar a los gitanos
Emilio Fraile

En Košice, la segunda ciudad de Eslovaquia, hay 6.500 personas que viven completamente aisladas. Los habitantes del distrito de Lunik IX son, en su gran mayoría, de etnia gitana. La pobreza, el desempleo y la marginación suponen problemas cotidianos para los vecinos de esta zona, que luchan por salir adelante detrás del muro construido en 2013 por los vecinos de los barrios adyacentes.

Levantada con hormigón y de unos tres metros de altura, la barrera tiene efectos más simbólicos que prácticos. Un año después de su construcción, varios activistas abrieron un boquete que facilita el tránsito, pero el muro sigue siendo un recordatorio de la segregación racial que pervive en el país. En esta barriada, la más pobre de la urbe, se ve con recelo el ascenso del líder de la ultraderecha eslovaca, Marian Kotleba. “Nos preocupa. Lidera un partido casi fascista y quienes le votan están muy decepcionados con la política”, explica el responsable de la zona, Marcel Šaňa.

Fachada de uno de los edificios de Lunik IX.

Sobre la fachada de uno de los edificios, un cartel advierte en eslovaco del peligro de acceder al inmueble: “Precaución. Mal estado. Daños graves en la construcción”. La frase se repite en el bloque contiguo, en este caso escrita con pintura. Pero no es necesario hablar la lengua local para saber que las viviendas son inhabitables.

Los huecos donde antes se encontraban las ventanas permiten vislumbrar, incluso desde la calle, espacios vacíos, solamente ocupados por escombros y restos de lo que hasta hace algunas semanas eran hogares. Ahora, las autoridades han declarado los inmuebles en ruinas y ya han comenzado los trámites para derribarlos. La mayor parte de los inquilinos lleva años sin pagar renta, lo que impide que tengan derecho al realojo. Por eso, algunas familias se resisten a abandonar sus casas: no tienen un lugar mejor al que ir.

Berte, su mujer y sus siete hijos son gitanos, como casi todos los habitantes del barrio. Como ya les ha sucedido antes a algunos de sus vecinos, en un futuro próximo no tendrán casa: “Vivir aquí es peligroso, pero no podemos hacer otra cosa”, explica Berte resignado en un inmueble en ruinas. La alternativa se encuentra unos metros más allá, en dirección al este, donde se alzan unas pequeñas chabolas de madera que son visibles desde los barrios contiguos, ubicados a apenas unos cientos de metros.

Berte y su familia viven en casas ruinosas y con escasa ventilación, calentadas con viejas estufas de leña.

“Cuando se tiraron más edificios en mal estado del barrio, la gente que no podía pagar la renta trató de mudarse a otras zonas o al extranjero. Los que no tenían contactos ni familiares construyeron estas casitas”, cuenta Marcel Šaňa. Este hombre de 38 años es el responsable del distrito. Casado, padre por partida doble e hijo del que fuera también representante de Lunik IX entre 2002 y 2010, ahora se dedica en cuerpo y alma a los asuntos del barrio tras quince años como trabajador de la fábrica de US Steel, una acerera que da empleo a cientos de personas en esta región de Eslovaquia.

A los lados de un camino completamente embarrado, y al abrigo de los árboles, las chabolas construidas por los expulsados de Lunik IX albergan viviendas de apenas un puñado de metros cuadrados y una sola estancia, que acogen a familias que resisten hacinadas las inclemencias del tiempo. En invierno el frío se hace insoportable, sobre todo para los niños, mayoría en la zona: “Cuando hiela no hay aislamiento y los vecinos hacen hogueras para mantenerse calientes. Esto provoca situaciones como la del año pasado, cuando un bebé murió calcinado en un incendio”, lamenta Šaňa. La situación del resto del barrio tampoco es idílica. En varias zonas, la acumulación de basura es preocupante y provoca que proliferen enfermedades poco comunes en ciudades europeas, como la sarna o la hepatitis. Los niños se mueven con libertad por el entorno mientras grupos de adultos pasean o se juntan en las calles para charlar. El ambiente resulta tranquilo y pacífico a pesar de la precariedad.

Decenas de niños, a menudo sin escolarizar, juegan cada día entre la basura acumulada en la parte trasera de los edificios de Lunik IX.

Según Šaňa, apenas 250 personas de Lunik IX tienen algún tipo de trabajo. “Nadie me va a contratar. No tengo educación y en Košice ha habido, hay y habrá racismo”, se justifica Roman, que realiza puntualmente trabajos subvencionados por el Gobierno que apenas le reportan un salario de 63 euros mensuales, muy por debajo de los 900 euros de salario medio en Eslovaquia.

Sus palabras son interrumpidas por los gritos de varios niños que se entretienen con una pelota de fútbol que vivió tiempos mejores. Son las diez de la mañana de un martes y el grupito, de cinco chavales de entre ocho y doce años, está fuera del colegio. “Tenemos una guardería y una escuela primaria que es la más grande de Eslovaquia de las que tienen un 100% de niños gitanos”, relata Šaňa.

Y así es. Dentro del propio barrio, cerca del edificio donde los Salesianos tratan de colaborar, en la medida de lo posible, con la supervivencia digna de los habitantes de Lunik IX, se encuentran las instalaciones educativas, bastante bien equipadas en comparación con el entorno que las circunda: “Suelen ir todos los niños, aunque hay turnos de mañana y de tarde”, detalla.

RACISMO

Los prejuicios de los habitantes de Košice hacia el barrio se vienen gestando desde hace unos años, en paralelo a su propia configuración. En la década de 1980, cuando la ciudad pertenecía a la entonces Checoslovaquia, esta era una zona residencial donde convivían familias de diferentes estatus. En 1989 cayó el muro de Berlín e inmediatamente después se derrumbó también el régimen comunista checoslovaco. En noviembre de ese mismo año, la corriente iniciada en los países bajo influencia soviética y la represión desmedida tras unas protestas universitarias en Praga convirtieron las calles en un clamor que terminó dando lugar a la llamada Revolución de Terciopelo. Fue un movimiento pacífico que derivó, en 1990, en las primeras elecciones democráticas en el país. Checoslovaquia se mantuvo unida durante dos años, hasta que los choques nacionalistas afloraron. Los eslovacos eligieron como representante al líder del partido secesionista. Desde la parte checa, el proceso se llevó a cabo desde el diálogo y la separación pacífica se confirmó el 1 de enero de 1993.

Vista lejana del barrio Lunik IX.

Los cambios políticos vinieron acompañados de cambios sociales y urbanísticos, y lo que era una zona residencial en la que convivían familias de diferente clase se fue convirtiendo en destino de personas, en su mayoría de etnia gitana, que no podían permitirse el coste de sus viviendas en el centro de Košice. Este cambio progresivo provocó la espantada de la clase media y condenó a los que se quedaron al aislamiento y la marginalidad. Se convirtió en un gueto.

Ya en pleno siglo XXI, hace apenas cuatro años, la ruptura entre Lunik IX y el resto de la ciudad se hizo palpable con la construcción de un pequeño muro llevada a cabo por los vecinos de una de las zonas contiguas. La barrera apenas tiene efectos prácticos en la actualidad, pero constituye un símbolo como “obstáculo al movimiento libre de los ciudadanos”, apunta Marcel Šaňa. De unos tres metros de altura y construido con hormigón, fue levantado en el verano del 2013, y de forma unilateral, por los vecinos del distrito contiguo de Lunik VIII. Los responsables municipales se desentendieron rápidamente de esta medida ilegal desde el punto de vista urbanístico y la barrera permaneció intacta hasta que, en el 2014, unos activistas abrieron un boquete que facilita el tránsito de personas.

Esta obra, casi insignificante desde el punto de vista arquitectónico, tuvo una importante repercusión en un municipio que, además, fue ciudad europea de la cultura ese mismo año. De hecho, la comisaria de Educación y Cultura de la UE reprobó al alcalde y le recordó que la barrera suponía una ruptura con los valores comunitarios sobre la dignidad humana.

PATRULLAS CIUDADANAS

Lejos de amainar, la tensión entre Lunik IX y los barrios limítrofes se mantiene. Los vecinos del resto de zonas acusan a los gitanos de los suburbios de robar con asiduidad y varios miembros del neonazi Partido Popular Nuestra Eslovaquia, seguidores del controvertido líder de ultraderecha Marian Kotleba, pusieron en marcha en otoño de 2016 patrullas ciudadanas nocturnas, según explica el periodista local Matej Šulc, “para evitar los robos”. Las salidas se producen en grupo y una vez cae la noche, en una zona de carácter residencial, cercana a uno de los principales centros comerciales de la ciudad.

Su instigador, Kotleba, es uno de los personajes más conocidos de Eslovaquia. Nacido en 1977, lidera desde el 2011 el Partido Popular Nuestra Eslovaquia y lleva tres años como gobernador de la región de Banska Bystrica, curiosamente la zona donde se inició la insurrección contra el gobierno colaboracionista del III Reich en 1944. Pese a ello, Kotleba estuvo varios años acudiendo a actos públicos con un uniforme inspirado en la Guardia Hlinka, la milicia patrocinada por los nazis con la que el estado eslovaco amedrentaba a su propia población durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, tanto él como sus seguidores han adoptado unos saludos, símbolos y retórica similares a los que utilizó Adolf Hitler en Alemania antes y durante el desarrollo de la contienda que asoló al viejo continente.

En marzo de 2016, Kotleba y los suyos accedieron al Parlamento como quinta fuerza del país. Su programa defendía, entre otras cosas, la lucha contra “los parásitos sociales, incluidos los parásitos gitanos”, y abogaba por acabar con el tratamiento preferencial de las minorías. La salida de la UE, el regreso a la corona eslovaca, el proteccionismo a ultranza y un discurso a favor de las armas para los particulares completan un argumentario que se cierra con toques homófobos y desprecios hacia lo que el Partido Popular Nuestra Eslovaquia considera “desviaciones sexuales”.

La popularidad de Kotleba preocupa a los responsables de Lunik IX, que ya pudieron comprobar cómo el primer ministro, el socialdemócrata Robert Fico, lograba altos índices de popularidad al jactarse de rechazar abiertamente la llegada de refugiados a Eslovaquia y oponerse a las cuotas de la Unión Europea. Para justificar su rechazo al asilo, Fico ponía como ejemplo los “problemas” de la sociedad eslovaca para integrar a sus compatriotas gitanos. La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos también es vista con recelo por el responsable de Lunik IX: “No creo que nos ayude”, indica el mandatario de una comunidad que ve el desarrollo del resto de Eslovaquia y de la Unión Europea a apenas unos pasos, mientras sus edificios se derrumban al ritmo de sus aspiraciones de progreso.

Una mujer y su hija se adentra en la zona de chabolas, donde viven las familias que se han quedado sin casa.

EL CASO DE VEL’KÁ IDA

La situación de Lunik IX no es única en su entorno. A apenas veinte minutos en tren de Košice, la localidad de Vel’ká Ida vive dividida en dos zonas bien diferenciadas. En una residen unos dos mil eslovacos blancos, y en otra tratan de sobrevivir aproximadamente mil gitanos.

La parte del pueblo más cercana a la pequeña estación, que sirve como eje principal de las comunicaciones, no se diferencia demasiado de cualquier zona residencial periférica de Europa. Viviendas unifamiliares con pequeñas parcelas, coches de diferente gama aparcados en la puerta y una carretera bien asfaltada que sirve a la vez para los vehículos y para los peatones componen un escenario monótono.

Una niña carga con su hermano entre el barro y las casas de madera y chapa de Velka Ida.

Sin embargo, las peculiaridades de Vel’ká Ida comienzan a aparecer a medida que se avanza hacia el poblado gitano en las afueras. En dirección a la densa nube de humo que provoca la cercana factoría de Stihl, una empresa de maquinaria agrícola que constituye el principal nicho de empleo de la zona, las verjas y tapias de las viviendas se hacen cada vez más habituales. Una vez se alcanza el cementerio, se vislumbra otro mundo.

Los gitanos de Vel’ká Ida malviven en un entorno carente de cualquier condición mínima de higiene y dignidad. De un lado del camino embarrado que surge tras dejar atrás la zona residencial se sitúan las viviendas, antiguas, en mal estado y de una sola estancia que, en algunos casos, sirven como hogar de hasta veinte personas; del otro, se levanta un muro que les separa del río y de la carretera, y también de la vista de sus vecinos, con los que mantienen una relación tensa.

Esta barrera, construida en 2013, cumple, en principio, una función de seguridad para evitar que los niños que juegan en el entorno sufran algún percance al salir a la calzada ubicada inmediatamente por detrás. La sensación es, sin embargo, que la acción, llevada a cabo por iniciativa del propio alcalde de Vel’ká Ida, del partido democristiano KDH, esconde un paso más hacia la marginación de una comunidad cuyos miembros acuden a lavarse al río ante la imposibilidad de hacerlo en sus casas.

Zona de Velka Ida donde se acumula la población gitana, que representa un tercio del total del pueblo.

La vida en la zona discurre en un ambiente gris, solo roto por los gritos de los niños y los ladridos de la gran cantidad de perros. Aquí también es evidente la acumulación de basura y de miseria que sufre la población romaní: “Algunos encuentran trabajo en Stihl”, explica en perfecto inglés un joven que ha venido de visita al barrio de su familia. Son los menos.

El desempleo golpea con dureza a esta parte del pueblo, que también reclama más protección ante el “miedo” que les genera la relación con el resto de sus convecinos. “Hace poco, dos eslovacos blancos se pasaron bebiendo y mataron a golpes a un chico. No es seguro salir de aquí cuando anochece”, dicen.

Vel’ká Ida, Lunik IX, Ostrovany… Eslovaquia cuenta con varios ejemplos que muestran la discriminación que está sufriendo el pueblo gitano: lejos de los focos, fuera del debate político europeo e inmersos en la más profunda miseria. 

Un joven salta el muro que separa el barrio gitano de Velka Ida del resto del pueblo.

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