El desierto es como el cielo: parece infinito. El del suroeste de Argelia está bañado de arena negra cubierta de rocas. Es seco y esquivo. A medida que crece hacia el sur, ese color se esclarece, su textura se vuelve más amable y las acacias que lo adornan ofrecen un tímido refugio para protegerse del sol. Nuestro coche va cargado de agua, sacos de azúcar, harina y trigo, alguna garrafa de aceite y un par de bombonas de butano. Son los artículos más demandados por las personas nómadas. “¡Todo listo!”, exclama Othmane, conductor y propietario del taxi que compartimos cuatro mujeres para visitar a nuestras familias. Yo voy en busca de mi abuela nómada, que vive en el norte de Mauritania. Damos la espalda a Rabuni, la capital administrativa de los campamentos de refugiados saharauis en el suroeste de Argelia. Durante los…
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