“Tumoración de consistencia ósea debido a traumatismo con objeto contuso, ausencia de piezas dentales, deformación de los dedos, cicatrices en ambas muñecas compatibles con uso agresivo de esposas”. Agosto de 2022. Zaragoza. Una buhardilla a media mañana. Ammar Saber abre la nevera y reparte varias botellas de agua. El informe médico que nos muestra documenta al detalle la huella de las torturas en su cuerpo. Es su carta de presentación.
—Lo peor de todo son las pesadillas. Porque es como volver allí.
Desde que llegó a España a través de Melilla el 7 de junio del 2017, Saber, de 40 años, recibe tratamiento psicológico para superar el trauma de su estancia en la cárcel subterránea del Servicio de Inteligencia Aéreo, situada dentro del aeropuerto de Mezzeh, en Damasco. Hasta ahora no había hablado de lo que vivió en prisión, pero ha decidido contarlo todo. Dice que, tras años sin pegar ojo, se sintió preparado para hablar la noche que consiguió dormir del tirón.
Se respira aire fresco en las calles de Zaragoza cuando salimos con Saber de la vivienda para dirigirnos hacia el Palacio de la Aljafería, a unos pocos kilómetros. Hablar de su trayectoria vital es rescatar los episodios más oscuros de la última década en Siria: sobrevivió al asedio de seis años que sufrió Guta Oriental, en Damasco; en 2013 fue testigo del ataque químico en esa región que mató a unas 1.300 personas, según la oposición siria; y en otoño de 2014 fue detenido y encarcelado en el centro de detención del aeropuerto de Mezzeh cuando regresaba de un viaje al vecino Líbano. Nunca le comunicaron los cargos.
Desde el estallido de la revolución siria en 2011, el régimen de Bashar al Asad generalizó una brutal política de prisiones que normalizaba torturas y ejecuciones extrajudiciales. También convirtió departamentos de seguridad, cuarteles militares e incluso estructuras civiles en centros de detención. Un secreto a voces hasta que en enero de 2014 un fotógrafo del servicio de la Policía Militar siria filtró miles de imágenes de cadáveres con signos de torturas tomadas entre 2011 y 2013 en diferentes centros de detención y hospitales militares en Siria: fue el llamado Informe César. Aquella filtración documentaba la existencia de miles de cuerpos con síntomas de inanición, marcas de ligaduras en el cuello, hematomas en tórax y abdomen.
—Me esposaron las manos y los pies, me cubrieron la cabeza con una bolsa y me llevaron dentro de una habitación. Estaba tan asustado en ese momento que vomité.
Saber habla ya desde la Aljafería. Asegura no haber participado nunca en manifestaciones, actividades políticas o disidencia armada. Su hermano era integrante del Ejército Libre Sirio (la oposición armada); Saber creía que había muerto en los combates.
—Me preguntaron dónde estaba mi hermano. Les respondí que vivía en Jaramana y que había muerto en una explosión. Que eso era lo único que sabía. Entonces me sacaron al pasillo con los ojos vendados y me pusieron contra la pared.
En aquel mismo pasillo se encontraba su hermano, cuenta Saber. No lo vio, pero los carceleros le hicieron hablar y él reconoció su voz. Entonces el carcelero le dijo: “¿No decías que estaba muerto? Lo he traído a la vida, soy Dios: revivo y hago morir”.
No volvió a saber nada de su hermano. Está seguro de que no salió vivo de la cárcel. Durante los meses que duró su cautiverio, Saber fue sometido a torturas sistemáticas.
—Me torturaban con descargas eléctricas. Me arrancaron varios dientes a puñetazos. Me golpearon los dedos con la parte trasera del kaláshnikov. Luego me arrancaron las uñas con un alicate. No hay nada más duro que eso. Mis dedos se infectaron y no había medicinas. Cada una o dos semanas venían a darme paracetamol, todo lo trataban con paracetamol.
La amenaza de arrestos arbitrarios, torturas o desapariciones forzosas se cuentan entre las razones por las que las víctimas huyen de Siria y buscan asilo en Europa, aunque se desconoce el número de solicitudes de asilo por torturas en España. “Sobre los motivos de petición o concesión de asilo no podemos ofrecer datos, al tratarse de información de carácter personal”, respondió por correo electrónico el Ministerio del Interior a 5W. Este Ministerio ha concedido protección internacional durante los últimos años a miles de sirios; el número de solicitantes varía según el ritmo de la guerra en ese país. El pico más alto se registró en 2015, coincidiendo con la entrada de Rusia en el conflicto en favor del régimen sirio (se concedieron más de 5.700 peticiones). El número fue descendiendo en los años siguientes, salvo en 2017 —con la reconquista de Alepo por parte de las tropas gubernamentales—, cuando fueron algo más de 3.000. El año pasado se aprobaron casi 1.300 peticiones de protección internacional a ciudadanos sirios en España.
La política de prisiones
Yassin Al Hamwi y Haytham Al Hamwi, que viven en Francia y el Reino Unido, respectivamente, son padre e hijo. Hacen un receso en su viaje turístico por España —un viaje para reencontrarse, ya que residen en países diferentes— para darnos una entrevista. Al contrario que Saber, lideraron iniciativas cívicas antes y después del comienzo del levantamiento popular en 2011 en Daraya, al suroeste de Damasco. Fueron arrestados por ello.
Con las fotografías del Informe César en mente —filas de cuerpos desnudos, ojos amoratados, torsos en los que se marcan las costillas, piel adherida a los huesos—, es difícil no hacer la pregunta: ¿Qué fue lo que condujo a este grado de sadismo?
—Antes te torturaban cuando te querían sacar información; eran torturas más leves y no eran fatales. Después de la revolución, se torturaba por venganza —dice Haytham, de 46 años, durante nuestra entrevista en un pequeño parque de Málaga.
Siria es el resultado de un artificio político. Hafez al Asad, padre del actual presidente, basó su poder en el control del Estado sobre todos los aspectos de la vida pública y privada, especialmente una estrecha supervisión de la seguridad nacional por parte de los servicios de inteligencia. Durante los treinta años en los que gobernó Siria, entre 1971 y 2000, aplicó una estrategia en la que la cadena de mando empezaba y terminaba en su persona, sin apenas intermediarios. Este modelo autoritario y personalista condujo a una asadización de Siria que heredó su hijo y actual presidente, Bashar al Asad.
Esta forma política de control surtía efecto, en palabras del intelectual y escritor sirio Yassin Al Haj Saleh, en parte gracias a la llamada política de prisiones. En Siria la prisión es una institución arraigada cuya función es despolitizar a la población, según Al Haj Saleh. Son pocos los sirios que no han sufrido el aparato de seguridad del régimen de alguna forma: la gran mayoría ha tenido o tiene un familiar detenido o desaparecido, o conoce a alguien en esa situación. El control se palpa también en las escuelas —donde desde muy pronto se alecciona a los niños—, en los dos años de servicio militar, en los requisitos para entrar y salir del país, en el acceso a los puestos importantes en la Administración, en la presencia de mujabarat (informadores) en los actos sociales, culturales, políticos o religiosos.
Es lo que conduce al “muro del miedo”, un miedo interiorizado, no visible, que levanta barreras entre personas, a veces dentro de la misma familia. Esto se encarna en la forma de hablar de muchos ciudadanos sirios sobre la cárcel y la tortura. Suelen advertirse entre sí, para no involucrarse en discusiones políticas que podían ponerles en riesgo, con frases en clave como “las paredes tienen oídos” o “no hables para no ir detrás del sol” (en referencia a cualquier lugar bajo el control del aparato militar del Estado, lugares secretos cuya localización se desconoce). También para “no ver las estrellas de la tarde” (en alusión a la tortura) o “para no ir a casa de tu tía” (otra forma de mencionar la prisión).
La palabra “cárcel” en sí misma puede ser engañosa en el contexto sirio porque, debido al complejo entramado que conforman las ramas de los servicios de Inteligencia, hay diferentes niveles de reclusión. Antes de 2011 se podía diferenciar entre las llamadas prisiones “exteriores” e “interiores”, según Al Haj Saleh. Las primeras eran aquellas en las que los familiares de los reclusos conocían su paradero e incluso podían visitarlos regularmente. En estas cárceles, el castigo físico era raro. Los reclusos de las prisiones “interiores”, por el contrario, están totalmente separados del mundo exterior; las familias desconocen el paradero de los encarcelados y ni siquiera saben si están vivos o muertos. En estas cárceles los presos hambrientos son torturados al azar, y en ellas se practican ejecuciones extrajudiciales. Después del inicio de la guerra en 2011, el sistema penitenciario “interior” se convirtió en la norma.
En los años en los que gobernó Hafez al Asad, la cárcel interior más simbólica fue la de Tadmor, a unos 200 kilómetros al noreste de Damasco, mientras que en la era de su hijo Bashar al Asad ha sido la de Saydnaya, a unos 30 kilómetros de la capital.
Haytham y Yassin fueron torturados en ambas.
Las prisiones de Bashar
Haytham pensó, como muchos otros sirios, que con la muerte de Hafez al Asad en junio de 2000 y la llegada al poder de su hijo Bashar se produciría una apertura democrática en Siria. Ese año se abrió la veda a cierta actividad política y en algunas regiones se organizaron actividades cívicas para impulsar reformas, protestar por la guerra de Irak o combatir la corrupción. Una de esas regiones fue Daraya, en los suburbios de Damasco, donde Haytham organizó, entre otras actividades, una manifestación pacífica para denunciar la invasión estadounidense de Irak en 2003. Tras ello, él y sus compañeros fueron arrestados. Solo tenía 27 años.
Haytham pasó los siguientes dos años moviéndose entre prisiones, entre ellas la sección de distrito de la inteligencia de la Fuerza Aérea, el ala dura de las ramas de la inteligencia siria, conocida por sus métodos brutales de tortura. También pasó un tiempo en la prisión de Saydnaya, aunque por entonces no se había convertido en lo que luego llegó a ser. Durante su encarcelamiento sufrió varias enfermedades debido al hacinamiento en las celdas, como la sarna.
Durante el período en que Haytham estuvo encarcelado, las condiciones en las que se encontraban los presos cambiaban al ritmo de los acontecimientos políticos en el país. Cuando el presidente libanés Rafik Hariri fue asesinado en 2005 y se acusó de ello al régimen sirio, este mejoró las condiciones en las cárceles y permitió a las familias visitar a sus hijos “para dar una buena impresión a la gente”, dice Haytham. Ese mismo año, se indultó a varios prisioneros gracias a la presión ejercida sobre el Gobierno sirio por parte del Consejo de Seguridad de la ONU. La amnistía supuso la liberación de 193 prisioneros, incluidos Haytham y sus colegas, pero fueron privados de sus derechos civiles y se les prohibió viajar.
Haytham, no obstante, consiguió una invitación para cursar un año de estudios en una universidad del Reino Unido, lo que finalmente le permitió obtener un permiso especial de viaje. Aunque el permiso estaba condicionado a volver pasado un año, nunca lo hizo. Completó sus estudios en la Universidad de Manchester, donde se licenció en Medicina en 2011: fue el año en el que estalló la revolución siria, y también en el que su padre fue arrestado.
Yassin, de 76 años, tuvo una experiencia totalmente distinta a la de su hijo: tras la revolución de 2011 el régimen sirio transformó infraestructuras civiles y militares en centros de detención e intensificó su brutalidad.
—Las prisiones sirias se convirtieron en mataderos —dice Haytham.
Yassin nos habla sobre las primeras detenciones que se produjeron en 2011. Él fue arrestado poco después de que un funcionario del Palacio de la República convocara una reunión para negociar la liberación de varias personas detenidas por manifestarse. Era el momento en que los jóvenes sirios empezaban a canalizar sus demandas en una respuesta civil organizada. Yassin participaba en este movimiento.
La prevista reunión fue cancelada, pero al salir del centro cultural en el que les habían convocado Yassin descubrió que habían cortado Internet: era una práctica común cuando se producían redadas, y tuvo el presentimiento de que iban a arrestarlo. Unas horas después, al amanecer, aparecieron en el patio de su casa miembros de la rama de Inteligencia de la Fuerza Aérea.
—Era la primera vez que los veía: tenían cuerpos enormes, como de jugadores de baloncesto. Me sacaron a la calle. Me subí a un autobús y me vendaron los ojos. La mayoría de los detenidos eran amigos de mis hijos. Los oficiales nos insultaban sin saber quiénes éramos ni por qué estábamos allí. Cuando bajamos, uno de ellos se limpió los zapatos con mi barbilla.
La sede de la rama de inteligencia de la Fuerza Aérea en esa región está dentro del aeropuerto militar de Mezzeh, a 2 kilómetros de Daraya (el mismo centro de detención en el que Saber sería torturado años después). Fue su primera detención. Yassin sería trasladado a esa “cárcel interna” hasta en tres ocasiones en los meses posteriores.
—Durante la estancia en la comisaría descubres que los que llegaron a tu casa y te detuvieron no saben por qué lo hicieron y que el arresto se hizo al azar. Quieren que confieses cosas que no hiciste. Te dicen: “Habla, debes hablar”. A veces quieren que admitas que tienes un arma, y yo no la tenía. Pero te obligan a admitir que estabas armado y nos prometieron que si confesábamos dejarían de torturarnos.
Cuenta que, en su caso, las torturas no fueron severas. Era el comienzo de la guerra. Según escalaba el conflicto, aumentaban también las torturas a cualquier persona asociada con la revolución .
Sus hijos le convencieron de abandonar el país tras su tercera detención.
Después de la revolución
Yassin, el padre, ahonda en detalles sobre su experiencia carcelaria. No quiere olvidarse nada. Habla entre pausas largas a pesar de que su hijo Haytham lo apremia para proseguir el viaje por Granada y Córdoba. En esos silencios su mirada se nubla. Mientras va nombrando los centros de detención en un parque de Málaga, nosotros viajamos a través de su relato hacia Siria. Incide en que son “centros de detención”, es decir, que antes eran otra cosa: comisarías, cuarteles militares.
—Cuando te detienen no hay derechos, porque no eres tratado como un ser humano. Los centros son verdaderos lugares de tortura.
Son lugares angostos, prosigue, donde los detenidos apenas pueden estirar las piernas por la cantidad de personas hacinadas.
—Es una pequeña celda que llaman Al-Munfarida (individual, destinada a encarcelar a una sola persona), de 1,60 metros de ancho por 3 de largo; solo hay una puerta de hierro con una ventanilla. Sabes del día y de la noche a través de esa abertura, muy pequeña, en la parte superior de la puerta. En esa unidad había entre 15 y 20 personas. Dormíamos en dos turnos, porque en el suelo no cabíamos todos tumbados, y cuando un grupo dormía, el segundo turno debía estar de pie hasta que despertaran.
La comida, dice, era “aceptable”. De ahí le pasaron a otra celda. Y de ahí a otra.
—En cada traslado te encontrabas con diferentes personas. La mayoría no tenía nada que ver con la revolución —dice. Tras ser liberado lo llevaron a juicio en dos ocasiones, acusándolo de “debilitar el sentimiento nacional, difundir noticias falsas y comunicarse con canales extranjeros”. Eran juicios sin ningún tipo de garantías procesales: en aquel periodo, entre 2011 y 2012, hubo una gran campaña de detenciones; los encausados eran liberados al poco tiempo, porque el objetivo era sembrar el miedo.
Uno de los métodos de tortura física más utilizado en el centro de detención del aeropuerto de Mezzeh era el conocido como Al Shabeh: las manos o los pies del detenido son amarrados a un cilindro metálico fijado al techo y su cuerpo queda suspendido, por lo que todo el peso recae en las muñecas o los pies, provocando una grave hinchazón. El detenido a menudo permanecía en esta posición durante horas o incluso días, dice Yassin.
—Cuando un anciano tiene que aguantar todo el día para ir al baño; cuando muchas personas sufren enfermedades que les obligan a ir al baño y no pueden, esto también se considera una de las formas más graves de tortura. Hay tortura en forma de golpes, y muchas personas la sufren a diario, pero aquello era tortura colectiva. Llegamos a ser 700 personas en un lugar con una capacidad de 200. Nos confinaban y agrupaban en un lugar como si fuera una colmena.
Haytham no duda en llamar a los centros de detención “lugares de muerte”.
—Algunas personas morían ejecutadas o por torturas, como las que se hacían semanalmente en la prisión de Saydnaya en 2012. Otros morían lentamente por problemas de salud o desnutrición.
La tortura psicológica
Las personas entrevistadas para este reportaje coinciden en que la tortura psicológica era la más traumática. Saber recuerda que el peor momento de su estancia en el centro de detención de Mezzeh fue al escuchar voces de niños en otras celdas de camino a la sala de interrogatorios (si detienen a una mujer implicada en actividades de la oposición, pueden arrestarla junto con sus hijos). Cuando los prisioneros son trasladados de una celda a otra, llevan los ojos vendados. Ese trozo de tela es el visado de salida. A quienes les quitan la venda de los ojos, no lo cuentan. Por eso las descripciones de los supervivientes a menudo se basan en referencias sonoras.
Para Haytham, en cambio, el momento más aterrador fue durante la tercera detención de su padre, Yassin, porque ya empezaban a oírse historias sobre personas desaparecidas tras haber sido arrestadas.
—Teníamos mucho miedo por mi padre. La primera vez que lloré fue cuando escuché la noticia de su tercer arresto, porque temíamos por su salud, ya que tenía más de 70 años. Mi cuñado fue arrestado en julio de 2011 y hasta el día de hoy está desaparecido. Los soldados sirios [la inteligencia de la Fuerza Aérea] lo detuvieron en su casa y no hemos sabido nada de él desde entonces.
La impotencia por la falta de información y las desapariciones forzosas aumentan el dolor de los familiares. Yassin fue liberado en septiembre de 2012, poco antes de someterse a una operación de hernia. Entonces, Haytham le rogó que abandonara Siria. Lo hizo: pudo viajar a Líbano y de allí a Jordania, donde se quedó hasta que, hace cuatro años, fue aceptada su solicitud de asilo en Francia.
Una práctica sistemática
Las torturas han sido una práctica utilizada por el régimen sirio de forma sistemática y generalizada, según han denunciado organizaciones humanitarias. A falta de datos oficiales, la Red Siria de Derechos Humanos, con sede en Reino Unido, publica cada año su Informe Anual sobre Tortura en Siria. El más reciente documenta la muerte bajo tortura en prisiones, centro de detención y hospitales militares de 14.685 personas entre marzo de 2011 y junio de 2022; entre ellas había 181 menores y 94 mujeres. La gran mayoría, un total de 14.464, murieron a manos de las fuerzas del régimen, según el informe. El resto de muertes, algo más de 200, se produjeron a manos del Partido de la Unión Democrática (liderado por nacionalistas kurdos), el Estado Islámico, Hay’at Tahrir al Sham y otros grupos armados.
Pero estas cifras son la punta del iceberg: excluyen las desapariciones forzosas y las ejecuciones extrajudiciales.
El mayor número de muertes bajo tortura se produjo, según el mismo informe, entre 2012 y 2015, año en el que Rusia intervino en el conflicto en favor de Asad. Las áreas donde se practicaron torturas a mayor escala coinciden con las zonas geográficas donde se celebraron más manifestaciones contra el régimen: Daraa, Homs, Damasco, Deir Ezzor, Hama y los suburbios de Damasco. Estas zonas representan territorialmente casi dos terceras partes del país. En muchos de los casos documentados, las torturas se practicaron en conexión con el lugar de origen de la persona detenida: si esta era originaria de áreas conocidas por oponerse al régimen sirio, daban por sentado que compartía esa postura política, aunque muchos nunca se hubieran involucrado en la revolución o la lucha armada. Era una forma de castigo colectivo.
Borrando las huellas del ataque químico
El nombre de Luna Wafta es un seudónimo, como el de muchas personas sirias que se implicaron en la revolución y que quieren mantener el anonimato por razones de seguridad. Con frecuencia, esos seudónimos acaban reemplazando al nombre original porque simbolizan el trabajo clandestino realizado. Por eso, años después, desde la seguridad de su exilio en Coblenza (Alemania) y durante una entrevista por Zoom, Luna sigue siendo Luna.
Graduada en Derecho y residente en Damasco, se consideraba una mujer apolítica que no estaba ni a favor ni en contra del régimen. Pero las protestas que se expandieron por la región en 2011 despertaron sus inquietudes y comenzó a leer la historia reciente de Siria. Tras cinco intensos meses de lectura y de estudiar el carácter autoritario del régimen, decidió unirse, bajo un seudónimo, a las demandas de sus conciudadanos.
Primero ayudaba a los desplazados sirios que llegaban a Damasco huyendo de la violencia del régimen en otras provincias. Más adelante, para contrarrestar el monopolio de la información oficial, abrió la primera emisora de radio online que proporcionaba información sobre cadáveres encontrados en Damasco a fin de que sus familiares pudieran reconocerlos.
Pero fue durante el ataque químico en Guta oriental cuando el trabajo de aquella tal Luna suscitó la atención del servicio de inteligencia sirio.
—En agosto de 2013 Guta estaba asediada. No se podía ni entrar ni salir, no había información sobre lo que pasaba. Por eso nosotros [periodistas independientes y activistas de derechos humanos] entrábamos. Uno de los miembros del equipo de documentación con los que trabajaba fue asesinado por un francotirador del régimen sirio cerca del puente de Zamalca, en Damasco. Recogimos 900 nombres y apellidos de las víctimas del ataque químico.
Luna envió el listado de nombres y fotografías en una memoria USB a la oposición siria en el extranjero. Casi cinco meses después, el 29 de enero del 2014, Luna sufrió una emboscada mientras esperaba a una persona para conseguir más información sobre el ataque químico. Fue arrestada y trasladada a la División 40, una rama de la inteligencia siria.
—Me trasladaron con los ojos vendados y las manos atadas, con insultos y golpes. Yo insistí en que no me llamaba Luna [el nombre que buscaban]; no tenían ninguna prueba que demostrara que usaba ese nombre. También mi teléfono estaba siempre limpio. No tenían nada.
‘Yo soy la ley’
Estando en la División 40, amenazaron a Luna con llevarla a la “sala de la electricidad”, como se conocía al lugar donde utilizan descargas eléctricas para dañar los órganos, uno de los métodos más aterradores para los detenidos.
Las amenazas no se cumplieron: eran un juego psicológico que utilizaron con frecuencia para amedrentarla, dice. En lugar de aquello, la metieron en un coche y la trasladaron a su casa para que presenciara una redada. Recuerda que, cuando ella les espetó que aquello iba en contra de los derechos y de la ley, uno de los militares le replicó riendo: “Yo soy la ley. La ley es lo que yo digo, y la ley se hace como yo quiero.”
En aquella redada confiscaron sus dispositivos móviles, su cámara fotográfica, su ordenador portátil, su dinero. Finalmente, al entrar en su cuenta de Skype, descubrieron a “Luna”: rescataron archivos borrados y encontraron las listas con los nombres de las víctimas del ataque químico. Conseguido el objetivo de la redada, intentaron que confesara nombres de colaboradores. Ella defendió que trabajaba sola; pero cuando trajeron a su hijo mayor y amenazaron con torturarlo, se derrumbó y confesó su activismo. Después de aquello, fue trasladada de nuevo a la División 40.
Mentir y pagar por salvar la vida
Luna era chantajeada reiteradamente durante interrogatorios que duraban horas, sin descanso, de día o de noche. La amenazaban con torturar a sus hijos ante ella: decían que los habían detenido y que estaban en la prisión Al Khatib, en Damasco, conocida por sus malas condiciones y por el uso de torturas sistemáticas y generalizadas que incluían violencia sexual (algunos prisioneros asesinados en esa prisión fueron después identificados en las imágenes del Informe César).
Luna pasó en Al Khatib un mes sufriendo golpes, malos tratos y acoso sexual antes de ser trasladada a una prisión “exterior”, donde pudo comunicarse con su abogado. Durante nuestra entrevista, insiste en que su caso era muy grave: había participado en la recogida de pruebas de un crimen de lesa humanidad y el régimen sabía que el material había salido fuera.
Recuerda que, durante su estancia en Al-Khatib, le pidieron que realizara una entrevista en la televisión siria: le escribieron en un papel lo que debía decir y amenazaron, una vez más, con torturar a sus hijos si no lo hacía. Bajo esa presión, frente a cámara, tuvo que leer un papel que le habían obligado a firmar minutos antes, en el que decía que la masacre de Guta en realidad no había ocurrido y que las pruebas que había eran falsas. Sin embargo, la corrupción interna dentro de los servicios de inteligencia jugó a su favor.
Luna pudo negociar con una persona cercana al régimen de Bashar al Asad y pagó una elevada suma de dinero a cambio de su libertad. Cuando salió de prisión, su abogado le apremió para que abandonara Siria sin demora. Cruzó la frontera hacia Líbano y de allí voló a Turquía. Para llegar a Alemania atravesó los Balcanes a pie en una ruta de dos semanas. Sus hijos pudieron reunirse con ella en Alemania más tarde gracias al derecho de reagrupación familiar. Luego descubriría que su liberación había causado confrontación entre las diferentes delegaciones del servicio de seguridad. Cargos como los que pesaban sobre ella eran más que suficientes para que no hubiera salido con vida de Al-Khatib.
Ser mujer en una cárcel siria
Preguntamos a Luna qué implica ser mujer en una cárcel del régimen sirio.
—El acoso sexual es frecuente, cada palabra que dicen va acompañada de acoso. Las presas acceden a las demandas sexuales de los carceleros a cambio de materiales de primera necesidad.
En las prisiones de los hombres las mujeres solo pueden ir al baño por la mañana y por la noche: lo que ocurre entre medias no les importa, dice, y es un problema para las mujeres cuando tienen el periodo. El chantaje emocional sobre ellas siempre está relacionado con la seguridad de sus seres queridos.
—A mí siempre me amenazaron con que torturarían a mis hijos si no colaboraba. Otra práctica terrible es cuando arrestan a una mujer junto a su marido, su padre, sus hijos. Los torturan en otra habitación mientras a ella la obligan a escuchar los gritos y la increpan: “¿Ves lo que les está pasando? Es por tu culpa, están sufriendo por tu culpa”.
Durante una hora, Luna nos desgrana una historia tras otra. Es difícil hacer un cribado. Fue testigo de cómo una mujer de 60 años entraba en coma porque no le suministraban la pastilla del azúcar. Recuerda también el caso de una mujer de Guta oriental que fue encarcelada junto a sus cinco hijos, uno de ellos con talasemia (un trastorno sanguíneo hereditario) y que no recibía el tratamiento adecuado; o el de una mujer embarazada con la que compartían celda y rompió aguas.
—Pasaron 24 horas y nadie vino a ayudarla. Luego se la llevaron. Nunca supimos más sobre ella.
La Red Siria para los Derechos Humanos denunció en 2021 que en Siria había más de 9.000 mujeres en las cárceles o habían desaparecido tras ser detenidas. Las mujeres liberadas tienen miedo de declarar por temor a ser arrestadas nuevamente. Es difícil adivinar el destino de todas las mujeres detenidas en las cárceles del régimen después de 11 años, pero muchas son utilizadas como moneda de cambio en manos del régimen para negociar con la oposición o con otros grupos.
Muchas mujeres ha sido liberadas como parte de acuerdos de intercambio de prisioneras entre el régimen de Asad y grupos islámicos extremistas. Es una estrategia del régimen para estigmatizar a las mujeres detenidas: el objetivo es extender la idea de que no hay presas de conciencia y que todas las mujeres que participan en actividades contra el régimen son terroristas.
El juicio de Coblenza
El primer juicio a nivel mundial sobre tortura estatal en Siria comenzó en Alemania en abril de 2020. En febrero de 2021, el Tribunal Regional Superior de Coblenza condenó a cuatro años y medio a un oficial de bajo rango de la División 40, Eyad A., como cómplice de incitar a la tortura y al encarcelamiento forzoso, considerados crímenes de lesa humanidad.
En enero de 2022, el mismo tribunal condenó a un alto funcionario del Gobierno de Asad, Anwar R., a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad en Siria. El tribunal lo declaró culpable de ser coautor de torturas, 27 asesinatos y casos de violencia sexual y otros delitos en Al-Khatib, donde torturaron a Luna. Ella no participó como testigo en este proceso porque, durante su estancia en la División 40 y en Al-Khatib, los dos procesados ya habían desertado y residían en Alemania. A pesar de ello, decidió establecerse en Coblenza para cubrir el juicio como periodista.
Annuar Al Buni es jefe del Centro Sirio de Estudios e Investigaciones Jurídicas. Abogado y activista, también fue detenido en Siria. Ahora se encuentra en Alemania, donde su trabajo contribuyó al juicio de Coblenza.
—Hay más casos abiertos en Alemania, Holanda, Bélgica y Suecia. También estamos trabajando en Austria para investigar a personas sospechosas de cometer crímenes de guerra. Ayudamos a recopilar pruebas y testigos para ayudar a la policía y al fiscal.
Al Buni dice que existe información de que en Europa viven cerca de un millar de personas sospechosas de participar en crímenes de guerra en Siria: la mayoría son cercanas al régimen, mientras que otras estarían vinculadas a organizaciones terroristas en ese país.
Alemania acogió el primer juicio de este tipo dada la cantidad de ciudadanos sirios que residen en este país, y también porque allí existen administraciones especializadas en este tipo de casos desde 2002. Ello hace que cuenten con la experiencia y la estructura para moverse rápidamente, con investigaciones de este tipo de delitos ya realizadas en África y América Latina.
Este reportaje llega a su fin, pero las detenciones continúan. En 2022, la Red Siria documentó el arresto de al menos 2.221 personas, incluidos 148 niños y 457 mujeres, la mitad de ellos durante la elaboración de este reportaje, iniciada en agosto. En su informe, la organización detalla que el régimen sirio es responsable de la mayoría de estos arrestos. Al menos 227 de los detenidos fueron refugiados o desplazados que habían decidido regresar a Siria, aunque el régimen acostumbra a desmentir tales informaciones y criticar a la Red al considerar que está financiada por potencias extranjeras.
El imperio del miedo sigue apuntalando al régimen. Liberar a los detenidos se considera un signo de debilidad. Ni una sola persona siria ha sido excarcelada por presiones internacionales o por terceros países en la última década, sino que han salido por indultos presidenciales.
—El régimen no cederá ni un ápice respecto al tema de los detenidos —dice el abogado Al Buni—. El miedo de los sirios sigue siendo el arma más poderosa para consolidar su poder.