Miradas perdidas

Santi Palacios

El fotoperiodista Santi Palacios cuenta, con imágenes y texto, un rescate en alta mar que terminó con 168 supervivientes y 13 cadáveres

La historia se repite una y otra vez.

Una patera abarrotada, a la deriva en el Mediterráneo, con personas desesperadas intentando alcanzar Europa. Si tienen suerte, son rescatadas a tiempo por alguna de las oenegés que operan en la zona, o por la Marina italiana. Si no la tienen, mueren en el mar. Los cadáveres que se encuentran pasan a engrosar la cifra de fallecidos en el mayor cementerio actual de las rutas migratorias del mundo; el resto nunca habrá existido. En lo que va de año, más de 2.300 personas han muerto en sus aguas intentando alcanzar el continente, según los datos oficiales, aunque la cifra real solo la conoce el fondo del mar.

El fotoperiodista Santi Palacios cuenta en primera persona un rescate frente a la costa libia que terminó con 168 supervivientes y 13 cadáveres a bordo del Open Arms, uno de los dos barcos con los que la oenegé española Proactiva Open Arms opera en el Mediterráneo central.

El 25 de julio amanecimos con mala mar en el Mediterráneo central, a unas 15 millas al norte de la ciudad libia de Sabratha, en aguas internacionales. El Open Arms se zarandeaba lo suficiente como para pensar que no tendríamos rescates en toda la jornada; parecía imposible que las pateras hubieran sido capaces de abandonar las costas libias con ese viento.

Cuando Roger, uno de los socorristas que participaba en la misión, fue avisando camarote por camarote para salir a cubierta me asomé por el portillo y, al ver la cresta de las olas, pensé que debía tratarse de un simulacro para hacer prácticas de rescate con mala mar. Eran las once de la mañana; cogí cámara, chaleco y casco con desgana y salí a cubierta.

No era un simulacro. Se había recibido una llamada en el puente. El equipo de rescate debía bajar las dos lanchas rápidas al agua y dirigirse a una embarcación que se encontraba a 12 millas de nuestra posición. Salvar esa distancia, con mala mar, nos llevó cerca de media hora; todo apuntaba a que el rescate no sería fácil.

El avión militar que había avistado la patera pasó varias veces sobre nosotros antes de que llegáramos al lugar. Nos encontramos con un bote hinchable abarrotado, con más de 180 personas. Era uno de esos precarios botes que utilizan los traficantes para reducir costes.

Mientras una de las lanchas rápidas se aproximaba a la barcaza por popa para entregar chalecos salvavidas a los ocupantes, la otra lo hacía por proa. Varios niños sonreían ante la presencia del equipo de rescate, en contraste con las caras de pánico de los adultos.

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Un nigeriano en proa dijo a gritos que tenían gente muerta a bordo. A su lado, otro dijo que varios habían caído por la borda durante la noche. Otro dijo que había cinco muertos, otro, que dos. Todavía no había forma de saberlo.

Habían salido de Sabratha a las dos de la tarde del día anterior. Estuvieron casi 24 horas en el agua. El motor había fallado tras abandonar la costa, y el bote quedó a la deriva.

Dimos varias vueltas alrededor de la patera. El plan era darles a todos chaleco salvavidas y custodiarlos hasta que el Open Arms alcanzara nuestra posición, lo que llevaría al menos una hora con ese mar. Había gente vomitando o gritando. Personas inconscientes o a punto de desvanecerse. Las bandas de goma perdían aire. Los que se apoyaban en ellas podían caer al agua.

En el instante que muestra esta fotografía, la gente estaba de pie sobre los cadáveres de madres, esposas y maridos de los supervivientes, aunque nosotros aún no sabíamos cuántos cuerpos había debajo.

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El Open Arms aún estaba a más de seis millas. Con cada ola, veíamos la embarcación desaparecer detrás de la cresta. Los socorristas decidieron trasladar a los niños a nuestras lanchas, dado el riesgo de que la gente comenzara a caer al agua antes de la llegada del barco madre.

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Subimos a tres niños y a una mujer, esperando que fuera la madre, para que pudiera estar pendiente de ellos mientras seguíamos trabajando.

Los pequeños parecían tranquilos en un primer momento, pero ella parecía a punto de desmayarse. Nos dijo que la madre de los críos estaba muerta, a bordo de la patera. “¡Mamá! ¡Mamá!”, gritó uno de ellos.

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Sentamos a la mujer en la popa de la lancha, junto al patrón, y le pusimos al menor de los niños en brazos mientras nos ocupábamos de los otros dos. Ella quería ayudar, pero estaba al borde del desmayo y no era capaz de hablar.

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Ya podíamos divisar el barco de Proactiva. En pocos minutos, con el Open Arms ya junto a nosotros, procedimos a trasladar a los ocupantes de la patera a nuestras lanchas.

Comenzamos por las mujeres, y a medida que lo hacíamos quedaba claro que lo que había pasado era mucho peor de lo que habíamos pensado: muchas subían semidesnudas o desnudas, en estado de shock. En medio del caos se veían heridas y quemaduras. Más tarde, dos de ellas confirmaron al equipo médico que habían sido violadas en Libia.

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En situaciones tan caóticas, hay muchas fotos que no se hacen; la situación no lo permite. A veces, son esas precisamente las que más recuerdas.

La que tengo grabada a fuego es la del instante en que ayudamos a una mujer a pasar de la patera a nuestra embarcación. Estaba completamente desnuda, con el pelo rapado, y gritaba sin parar: “¡Voy a morir!”. Quedó tumbada en el suelo de nuestra lancha, llorando y pronunciando esas palabras, mientras trataba de quitarse el chaleco salvavidas.

Intenté levantarla y entonces empezó a gritar otra palabra que no llegué a entender. Parecía estar a punto de perder el conocimiento. Chilló de nuevo. Le acaricié los pómulos, le dije que todo se había terminado y que iba a estar bien. Sonrió, rio de forma compulsiva y se desmayó.

Quedó apoyada sobre el hombro de otra chica, a la que pedí que tratara de mantenerla despierta mientras terminábamos de embarcar al resto de ocupantes de la patera.

Llevamos a todos hasta el Open Arms, donde les esperaba el equipo médico. Desde el cocinero, pasando por los operarios y el jefe de máquinas, todo el mundo echó una mano para subirlos a bordo. Y sabíamos que después de los vivos vendrían los muertos.

A medida que sacábamos gente de la patera empezábamos a ver los cadáveres. Quienes quedaban en el bote caminaban sobre los muertos para acercarse a nuestra lancha. El olor a gasolina era cada vez más fuerte, hacía viento y el sol apretaba.

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Después de que los vivos fueran evacuados, vimos que había más cadáveres de lo que pensábamos. El vídeoperiodista Mikel Konate, que iba en la otra lancha rápida, vio cómo uno de los cuerpos que había entre los cadáveres se movía. El equipo avisó a los que seguían junto a él para que lo ayudaran: el hombre estaba a punto de tirar la toalla. Fue trasladado al barco madre y la doctora se ocupó de él.

Cuando sacamos a los últimos supervivientes, subí por unos minutos al Open Arms. Vi a la misma mujer que habíamos subido en estado de shock a nuestra lancha, la que gritó hasta desmayarse. Ahora estaba sentada junto a los baños, con la mirada perdida y completamente desnuda. El equipo médico la vestía, pero ella se quitaba la ropa de la misma forma en que se quitaba el chaleco cuando aún estábamos en el agua. No atendía a razones, estaba fuera de sí. A su lado, otra chica la miraba con ojos de agotamiento. Esta vez sí hice la foto, pero preferí no publicarla.

Entre las mujeres había tres que estaban de pie, llorando, mientras observaban el bote, que permanecía a unos doscientos metros del barco de rescate, aún con los cadáveres a bordo. La doctora se acercó para decirme que las mujeres tenían a familiares entre los muertos.

Era el momento de volver al agua y recuperar los cuerpos.

Hay muchos motivos para hacerlo: la dignidad, el respeto a los familiares y la necesidad de que quede registro de los fallecimientos. La cifra final era de trece cadáveres: ocho mujeres (dos de ellas embarazadas) y cinco hombres. Los que cayeron por la borda en las horas anteriores al rescate no aparecerán en ningún registro. No pude saber cuántos fueron; unos dijeron dos, otros tres y otros cinco.

La mujer más gruesa es la madre de los pequeños que subimos a bordo de la lancha: Gift, Divine, Domino y Destiny, de Nigeria. John, un joven de veinte años también nigeriano que conoció a la madre y a los niños en Libia, dijo que la mujer quería llegar a Europa para, entre otras cosas, operarse una hernia que tenía en la zona del estómago.

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Recuperar los cadáveres fue muy complicado. Había que saltar a la patera, con riesgo de sufrir quemaduras en pies y tobillos por la mezcla de gasoil y agua salada, soportar el olor que se colaba hasta los pulmones, mantener el equilibrio con las olas zarandeando el bote mientras se metían los cuerpos en sudarios, y pasar cada cadáver a pulso del bote a la lancha y de allí al barco madre. La operación duró varias horas.

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Para subir los cadáveres de la lancha al Open Arms, el proceso implicaba bajar una camilla y atar cada cuerpo para evitar que cayera al agua. En el contraplano, los supervivientes contemplaban agotados cómo los cuerpos —en algunos casos de sus propios familiares— eran recuperados.

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En la proa, la doctora examinaba cada cuerpo. Todo el mundo participaba en alguna labor: una situación así desborda a la tripulación.

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En este momento decidí compartir una de las fotos del rescate en redes sociales. Lo hice y seguí trabajando sin enterarme del alcance que estaba teniendo.

Los coordinadores de la operación, desde Roma, decidieron que pasaríamos la noche con los supervivientes y cadáveres a bordo y que a la mañana siguiente los trasladaríamos al barco que opera la oenegé Save the Children, que los llevaría a Italia. Empezaba a caer la noche cuando terminé de enviar imágenes a Associated Press y pude volver a cubierta. Allí, el equipo médico seguía trabajando a destajo. También repartían a los rescatados agua, barritas y batidos energéticos

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De los 168 supervivientes a bordo muchos dormían; otros lo intentaban. Había miradas perdidas y una sensación que solo se percibe en los rescates difíciles, en las situaciones de emergencia total. Sus ojos decían que venían de algo que querían olvidar.

Para entonces ya había visto que la foto compartida en redes sociales se había viralizado. Recibía muchos mensajes de indignación pero también, lamentablemente, mensajes de gente que decía no entender por qué se hacen los rescates tan cerca de Libia —pese que se llevan a cabo en aguas internacionales—, o acusaciones de tráfico de personas a las oenegés.

El rescate es una emergencia que nada tiene que ver con el problema político de fondo. La interpretación de ese problema, independientemente de la ideología, nunca debería intervenir en la percepción de una acción tan legítima  -y obligatoria – como es el rescate.

Pocas horas después, al amanecer, la gente seguía jodida, pero el ambiente dejaba ver que lo peor ya había pasado. La tripulación estaba cansada pero trabajando, y se empezaba a preparar el traslado al barco de Save the Children.

La mujer que había subido en shock a la lancha rápida, y de la que nunca supe el nombre, sufría muchos dolores y no era capaz de moverse. Algunos chicos la ayudaban para acercarse al baño. Varias mujeres cuidaban de los cuatro niños que habían perdido a su madre en el mar.

Santi Palacios

Los supervivientes y los cuerpos sin vida fueron trasladados al barco de Save the Children. El proceso duró varias horas y concluyó al caer la tarde: un total de 168 supervivientes y 13 cadáveres ponían rumbo a Italia.

La tripulación del Open Arms estaba agotada. Había llevado a cabo un rescate largo y muy complicado, después de una semana navegando y otras cuatro operaciones de rescate en los días anteriores. Quedaba limpiar, recoger y esperar instrucciones para seguir con la misión.

A esas horas me enteré de que la foto había sido censurada por Facebook y mi cuenta bloqueada. La razón era que no cumplía las políticas de la red social sobre “desnudos”. A las pocas horas la imagen volvió a aparecer, esta vez con un mensaje de advertencia sobre su contenido gráfico.

Para algunos era una foto de desnudos. Para otros, el problema era que había organizaciones rescatando a gente en el mar. Yo solo vi a 168 personas en peligro de muerte, unas torturadas, otras violadas, todas en estado de pánico: hacinadas en un bote de goma deshinchado y rodeadas de cadáveres.

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