Número 7: La paz herida
Hay muchas formas de paz, ansiadas o logradas, que pueblan las 256 páginas de este nuevo número.
ComprarUn profundo suspiro de alivio. Así se podría resumir la reacción de Emmanuel Macron ante su reelección, tras una campaña marcada por la inquietud y la falta de entusiasmo. Esta reacción fue también la de decenas de líderes políticos franceses y europeos y, con ellos, la de millones de franceses preocupados por la posible llegada de la extrema derecha a la Presidencia de la República.
Poco después del cierre de las urnas, con los primeros resultados, el presidente reelegido parecía celebrar en el Champ de Mars una victoria sin triunfo. Si bien la reelección de un presidente saliente bajo la Quinta República —fuera de los periodos de cohabitación— es histórica, los resultados de la segunda vuelta son también históricos por otras razones que conviene tener en cuenta con vistas a su segundo y último mandato.
En primer lugar, los votos a favor de Macron en la segunda vuelta —menos del 60%, frente al 66,4% en 2017— indican que no se ha tratado de una victoria aplastante contra la extrema derecha. Tres datos apuntan a esto: el resultado récord de la extrema derecha; la abstención récord en la segunda vuelta (un 28,2%), y el número de votos blancos o nulos (un 6,7%). Un 27,2% de los inscritos votaron a Marine Le Pen, mientras que más de un tercio del cuerpo electoral (el 35%) incluye a los abstencionistas, a los que han votado blanco y a los que han votado nulo. Así, si sumamos los abstencionistas a los que votaron blanco o nulo (17 millones de personas), nos encontramos con una cifra que no está muy lejos del número de personas que votaron a Macron (18,6 millones de personas). Estos resultados no solo sacan a la luz una Francia dividida entre dos programas opuestos, sino que también evidencian que una importante parte de los votantes franceses no se identificó con ninguno de los proyectos presentados durante esta cita electoral.
Desde esta perspectiva, difícilmente se puede decir que la reelección de Macron se debe simplemente a un balance positivo de su primer mandato y una adhesión plena a su programa. De hecho, los institutos de sondeo apuntan que su gestión de múltiples crisis —entre ellas la crisis de los chalecos amarillos, la pandemia y la guerra en Ucrania— han tenido más impacto sobre las intenciones de voto a su favor que el balance de las reformas que llevó a cabo. Si sumamos a esto la lógica de cordón sanitario y la abstención récord que prevalecieron en la segunda vuelta, la reelección de Macron no puede ser considerada como un plebiscito a favor del macronismo. De hecho, tras el cierre de las urnas, delante de la Torre Eiffel, se proclamó “presidente de todas y todos”, con la intención de incluir a quienes se abstuvieron o votaron por Marine Le Pen.
Si bien la victoria ha sido para Macron, el sentimiento de triunfo está mucho más presente en el campo de Reagrupación Nacional (RN): la formación política liderada por Marine Le Pen ha registrado el mejor resultado de la extrema derecha en la historia, con el 41,46% de los votos. A pesar de haber sufrido su tercera derrota en una elección presidencial, Le Pen ha celebrado que las ideas que su partido representa “han llegado a la cumbre”. En cierta medida, este récord a favor de la líder nacional populista marca una derrota de Macron: el día de su anterior elección como presidente de la República, Macron había prometido hacer todo lo posible para que los franceses “no tengan ninguna razón para votar a favor de los extremos”. Por otra parte, el alto apoyo a RN también confirma una tendencia continua desde hace 15 años: la del inevitable auge de la extrema derecha en el Hexágono. De un voto de cada diez en 2007, la extrema derecha pasó a representar un voto de cada tres en la primera vuelta de esta elección, y todavía más en la segunda vuelta.
Es más: a pesar de la irrupción del candidato de ultraderecha Éric Zemmour y de la presencia de Nicolas Dupont-Aignan, Marine Le Pen logró mantenerse en segunda posición en la primera vuelta de esta elección presidencial. Con unos resultados tan altos en la primera y la segunda vuelta, es difícil —e incluso irrelevante— considerar que la extrema derecha se enfrenta a un techo de cristal: la progresión de RN y estos resultados históricos reflejan que, a pesar de la movilización en contra de la extrema derecha en las dos últimas semanas, el partido nacionalista, xenófobo y euroescéptico sigue conquistando nuevos sectores del electorado francés. El resultado de ayer ha confirmado la implantación sólida de Reagrupación Nacional y ha destacado su papel de fuerza de oposición en un contexto marcado por la delicuescencia del bipartidismo: resulta imposible no ver en este resultado la normalización de la extrema derecha. La falta de debates en torno a su presencia en la segunda vuelta, por tercera vez en dos décadas, es una muestra evidente de ello.
Más allá de los dos finalistas, los resultados de la segunda vuelta no deben obviar el escenario político que emergió tras la primera y las implicaciones para el segundo mandato de Macron. Los votos del pasado 10 de abril han sacado a la luz un escenario político formado por tres bloques: uno de centroderecha liderado por Macron (incluyendo votos de derecha y, en menor medida, de izquierda), otro de extrema derecha liderado por Le Pen, y un tercero de izquierda radical encabezado por Mélenchon. A estos bloques conviene añadir un cuarto: el abstencionista, que une a los desinteresados, los que no se identifican con la oferta política y los que protestan contra el sistema. En este nuevo escenario político, los partidos tradicionales están agonizando: si bien el Partido Socialista y el ancestro de Les Républicains representaban más del 55% de los votos en 2012, no sumaron ni el 7% de los votos este año.
Emmanuel Macron se encuentra atrapado entre la espada “insumisa” y la pared nacional-populista: Francia Insumisa (LFI) y Reagrupación Nacional (RN), caracterizados por un antimacronismo visceral, acumularon más del 45% de los sufragios en la primera vuelta. Jugar la carta del “progresismo” contra el “populismo”, como hizo Macron durante su primer mandato, no ha disminuido el atractivo de la oposición radical encarnada por Le Pen y Mélenchon. Al contrario. Ambos líderes están resueltos a dar una traducción concreta a la reconfiguración política que emergió el 10 de abril. Tal y como ilustraron sus declaraciones después de que se conocieran los resultados, tanto Le Pen como Mélenchon ya han iniciado la campaña para las elecciones legislativas. Se trata de aprovechar las dinámicas que los llevaron a las puertas del poder para liderar la oposición al presidente. Para contrarrestarlos, la estrategia de Macron parece titubear entre un conjunto de medidas etiquetadas de “derecha” (reforma del sistema de pensiones, condicionalidad de ciertas ayudas sociales, etc.) y un giro social y ecologista para ganarse la confianza de votantes de izquierdas. Como señal de estas dudas, en su discurso excesivamente corto en el Champ de Mars tras conocerse los resultados, Macron no esbozó siquiera los principales ejes de su nuevo mandato.
Estamos ante una victoria de Macron neta pero corta, marcada por el rechazo a Le Pen más que por la adhesión a su programa y por una abstención más alta en la segunda vuelta que en la primera. El nuevo presidente tendrá que gobernar un país fracturado en el cual dominan dos fuerzas antisistema: una de izquierdas opuesta al capitalismo liberal, y una de extrema derecha centrada en temas sociales e identitarios. En un contexto marcado por tres crisis —la sanitaria, la guerra en Ucrania y la crisis económica que resulta de la inflación—, Emmanuel Macron no tendrá más opción que la de romper con un ejercicio del poder demasiado vertical y con la imagen de un presidente jupiteriano, arrogante y alejado de las preocupaciones de los franceses. Macron deberá lograr lo que ningún presidente ha conseguido: aplicar una política de apertura e integrar fuerzas políticas e ideas minoritarias sin renunciar al centro que pretende encarnar.
Tras un breve descanso para repostar, nuestro rickshaw vuelve a lanzarse a las carreteras y caminos de la información internacional. Esta semana seguimos pendientes de la situación en Ucrania, pero también nos detenemos en la medida migratoria anunciada por el Gobierno de Boris Johnson y en el estricto confinamiento que desde hace semanas vive Shanghái. También hacemos paradas en Afganistán, la India, Sri Lanka, México, Sudáfrica y Francia. Y terminamos en la ucraniana ciudad de Bucha con nuestra crónica de la semana.
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Una semana más, comenzamos nuestro repaso a la actualidad con la guerra en Ucrania. El asedio de las tropas rusas a la ciudad de Mariúpol, en el sudeste del país, se prolonga ya durante más de 50 días. Las autoridades ucranianas cifran los muertos en varios miles, mientras Rusia da por hecho la toma de esta urbe, clave en su estrategia para unir el Donbás con la península de Crimea. El último reducto de soldados ucranianos se concentra en las enormes instalaciones de la fábrica siderúrgica Azovstal; Vladimir Putin ordenó el jueves bloquear esta zona pero no asaltarla, para limitar las pérdidas de sus tropas. Un día antes, el Kremlin anunció el lanzamiento de un nuevo misil balístico intercontinental a modo de prueba: un arma, dicen, capaz de destruir un área del tamaño de Texas y de transportar una carga útil de hasta 15 ojivas nucleares. Aunque su construcción desde hace tiempo era ya conocida, el ensayo ha sido visto como una advertencia de Putin a la comunidad internacional en plena escalada del conflicto. No es una forma de hablar. El presidente ruso dijo tras el anuncio televisivo que este misil “hará que quienes amenazan a nuestro país con su retórica desenfrenada y agresiva se lo piensen dos veces”.
Ese mismo día, Rusia entregó a Ucrania su nueva propuesta de negociación ya que las conversaciones diplomáticas continúan pese a los desacuerdos de los últimos encuentros. En el último documento, el Kremlin exige incorporar a Rusia la anexionada Crimea así como el estatus de neutralidad de Ucrania y su desmilitarización. Y mientras tanto, en Kiev diecisiete embajadas internacionales han confirmado ya su reapertura, según el Ministerio de Exteriores ucraniano.
El Reino Unido enviará a Ruanda a las personas migrantes que atraviesen el Canal de la Mancha de manera irregular. Es el polémico anuncio de la administración Johnson, un polémico nuevo paso más en su política migratoria, que el propio primer ministro ha defendido como “humana y llena de compasión”. Organizaciones humanitarias, líderes religiosos y miembros de la oposición se han apresurado a criticar la medida calificándola de “cruel”, “poco ética” e incluso “exorbitante e ineficaz”. Aún está pendiente que la Cámara de los Comunes apruebe esta nueva Ley de Fronteras y Nacionalidades, pero en todo caso se prevé que su primera fase afecte solo a hombres solteros llegados por mar o en camión. A cambio, el presidente ruandés se compromete a “incorporar a los refugiados a la sociedad ruandesa en igualdad de condiciones a la hora de solicitar empleo y obtener asistencia sanitaria”. Por ello, el país percibirá unos 140 millones de euros anuales.
El acuerdo llevaba gestándose entre los gobiernos de Londres y Kigali desde hace más de un año y ha sido anunciado con gran pompa por el equipo de Boris Johnson como medida para apaciguar los ánimos de su electorado más conservador. La fecha no ha sido casual: el próximo 5 de mayo se celebran unos comicios municipales en el Reino Unido cuyo resultado puede ser desastroso para el partido gobernante que, recordemos, continúa lidiando con las consecuencias del escándalo ya conocido como Partygate. Precisamente este jueves la Cámara de los Comunes aprobó que una comisión investigue si el primer ministro mintió sobre las fiestas en Downing Street durante la pandemia.
Shanghái, la urbe más poblada de China, se encuentra en estricto confinamiento desde el pasado 5 de abril, cuando el fracaso de la cuarentena en dos fases a ambos lados del río Huangpu, Pudong y Puxi dio paso a la casi completa paralización de la urbe que pueblan 25 millones de personas. La medida fue tomada como freno ante el inicio de una nueva ola de coronavirus: tan solo este lunes se detectaron 24.000 nuevos contagios y desde el 1 de marzo se han contabilizado diez personas fallecidas, siete de las cuales fueron confirmadas este mismo martes por la Comisión Nacional de Salud de China.
Precisamente esa reducida cifra de víctimas mortales había elevado el escepticismo de la población ante las duras restricciones, aunque medios locales e internacionales han reportado la existencia de ancianos fallecidos en asilos tras haber dado positivo por covid-19 y que no están siendo contabilizados en el registro oficial porque atribuyen sus defunciones a patologías previas. En paralelo, la llamada “política de Covid 0” está provocando también protestas entre la ciudadanía empujada por el hartazgo social, el impacto económico y la escasez de alimentos y otros suministros esenciales ya que el confinamiento impide ir a supermercados.
Nuestra foto de la semana, tomada por Ariel Schalit, viene de Jerusalén y muestra a un policía israelí bloqueando el paso a activistas de extrema derecha, que trataban de acceder este miércoles a un área de la Ciudad Vieja de mayoría palestina. La marcha ultranacionalista, similar a la que desencadenó el año pasado la peor escalada bélica entre Israel y Hamás desde 2014, tuvo lugar en medio de un nuevo pico de tensión entre israelíes y palestinos.
En los últimos días, Jerusalén ha acogido enfrentamientos en la Explanada de las Mezquitas, sagrada para musulmanes y judíos, coincidiendo con el Ramadán y la Pascua Judía. Y este miércoles Israel volvió a bombardear la Franja de Gaza en respuesta al lanzamiento del segundo cohete en tres días. La actividad diplomática de los países vecinos se ha intensificado ante el temor a que la situación derive en una nueva ofensiva a gran escala.
Maribel Izcue y Anna Surinyach han recorrido durante una semana las calles y casas de la ya simbólica ciudad ucraniana de Bucha para conocer los testimonios de sus vecinos. Lo explica la propia Izcue:
Muchos de sus habitantes huyeron. Decenas de miles. Pero aquellos que no tenían medios, salud o un lugar mejor al que escapar se vieron atrapados en esta ciudad del noroeste de Kiev cuando las tropas rusas tomaron sus calles. Durante un mes sufrieron la violencia y el miedo, los bombardeos, la falta de electricidad, agua y calefacción, los días y las noches en sótanos sin saber qué ocurriría al día siguiente.
Personas como Valeriy, que tuvo que enterrar y desenterrar a su hijo; Igor, que tuvo un tanque aparcado en su jardín; la pequeña Ruslana, que pasó la ocupación refugiada en el sótano mientras sus padres le contaban historias; el sacerdote Andriy, en cuya iglesia se abrió una fosa común… Con su relato, los supervivientes de Bucha construyen la memoria colectiva de uno de los capítulos más negros de la guerra en Ucrania.
Es nuestra crónica de la semana. Buena lectura.
Comenzamos nuestro rickshaw en la ciudad ucraniana de Bucha, donde la pasada semana se perpetró una de las masacres más cruentas desde que comenzó la invasión rusa; analizamos el ansiado pero fallido alto el fuego en Yemen; y repasamos el resultado electoral de las últimas elecciones en Hungría. También nos detenemos en Mali, el Mediteráneo central, Serbia, Ecuador, Burkina Faso y el último informe del IPCC. Y terminamos en Ucrania con, esta vez, nuestra triple publicación de la semana.
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Este jueves, la Asamblea General de las Naciones Unidas ha acordado suspender a Rusia del Consejo de Derechos Humanos en una votación que ha terminado con 93 países a favor, 24 en contra y 58 abstenciones. Más allá de esta decisión, la información llegada desde Ucrania ha tenido esta semana una terrible protagonista: la ciudad de Bucha. Las imágenes de cuerpos sin vida de civiles en sus calles han dado la vuelta al mundo y generado conmoción internacional. La salida del ejército ruso de la ciudad dejó un macabro paisaje de desolación y muerte. Según su alcalde, al menos 300 personas han sido enterradas en las fosas comunes. La revista Der Spiegel publicó el jueves la noticia de que la agencia de inteligencia alemana, el Bundesnachrichtendienst (BND), había interceptado mensajes de radio provenientes de fuentes militares rusas en los que se hablaba de la matanza de civiles en dicha ciudad.
En la esfera diplomática, continúa la línea marcada en las semanas anteriores. Estados Unidos, por ejemplo, ha intensificado el bloqueo financiero que mantiene sobre Rusia y ha impuesto sanciones especiales a las dos hijas mayores de Vladimir Putin y a los principales bancos del país. Desde la UE está previsto para este mismo viernes el viaje de Ursula Von der Layen y Josep Borrell a Kiev para reunirse con Volodímir Zelenski. Por su parte, el presidente ucraniano continúa su gira telemática por parlamentos y escenarios de todo el mundo. Una gira que esta última semana le ha llevado a pantallas del hemiciclo español, griego —con polémica por haber cedido la palabra a un soldado griego-ucraniano que se identificó como miembro del batallón neonazi Azov — e incluso a los musicales Premios Grammy.
El sábado comenzaba con una buena noticia: el inicio en Yemen de una tregua temporal llamada a durar dos meses. El enviado especial de Naciones Unidas, Hans Grundberg, anunció el pasado viernes 1 de abril que las partes enfrentadas habían acordado un alto el fuego tras diversas conversaciones mantenidas con mediación de la ONU. El portavoz militar de los hutíes, Yahya Sarea, también lo oficializó a través del siguiente mensaje en Twitter: “Anunciamos la entrada en vigor de la tregua humanitaria y militar y nuestro compromiso de detener todas las operaciones militares, siempre que la otra parte mantenga el mismo compromiso”. Sin embargo, fuentes militares yemeníes denunciaron que el acuerdo fue roto por rebeldes hutíes apenas cinco horas después de su arranque.
Si eres habitual de nuestro rickshaw, sabrás que llevamos tiempo prestando atención a este conflicto que se prolonga desde hace demasiado tiempo. Si acabas de llegar, te hacemos una pequeña introducción: el país lleva desangrándose desde 2015, cuando el Gobierno central yemení —apoyado por una coalición de países del Golfo liderada por Arabia Saudí— y los rebeldes hutíes comenzaron los enfrentamientos. Para profundizar, te recomendamos este trabajo del fotoperiodista Pablo Tosco sobre la realidad del país que no alcanzan a explicar las cifras, la crónica de Francesca Mannocchi con fotografía de Alessio Romenzi enfocada en la guerra de propagandas cruzadas, o las imágenes de Nariman El-Mofty sobre una de las ya peores crisis humanitarias del mundo.
Contundente victoria de Viktor Orbán en Hungría. El líder europeo renovó su cargo el domingo en unas elecciones legislativas que confirmaron con una amplia ventaja su cuarto mandato consecutivo. “Hemos conseguido una enorme victoria. Una victoria que quizá no se pueda ver desde la Luna, pero seguro que sí se ve desde Bruselas”, dijo el mandatario ante miles de simpatizantes al conocerse el resultado. Sus fricciones con la Unión Europea vienen de lejos y parece que seguirán en esta nueva legislatura porque, apenas 72 horas después de la reelección, Orbán ya dejó claro que pretende mantener una línea de continuidad en sus políticas. El primer ministro húngaro es uno de los mayores aliados de Vladimir Putin en Europa y el miércoles se desmarcó de la posición general comunitaria para afirmar que su país estará dispuesto a pagar en rublos por la energía rusa si así fuera necesario.
Además de las elecciones generales, la población húngara estaba también llamada a pronunciarse acerca de la propuesta de ley que pretendía prohibir hablar de homosexualidad en los colegios y limitar contenidos al respecto en los medios de comunicación. La iniciativa —que llegó a provocar el arranque de un expediente de infracción desde Bruselas— ha sido finalmente catalogada de fracaso al no haberse alcanzado el 50% de votos válidos necesarios para obtener cuórum.
Nuestra fotografía de la semana es de Santi Palacios y forma parte de esta crónica visual que, de manera excepcional, hemos publicado en abierto. El fotoperiodista se desplazó a la localidad ucraniana de Bucha, al noroeste de Kiev, y vio el rastro de muerte y destrucción que ha dejado la guerra. En su ensayo fotográfico cuenta en primera persona lo que se encontró: cadáveres en las calles y los jardines privados, desolación y esa extraña sensación que se vive en una ciudad que cambia de manos y que, ahora, se halla bajo control ucraniano.
Las imágenes de la masacre de Bucha han dado la vuelta al mundo y generado una oleada de indignación y condena desde diferentes países cuando se cumplen más de cuarenta días desde el comienzo de la invasión rusa.
El fotoperiodista Santi Palacios entró el sábado 2 de abril en Bucha, después de la retirada rusa, y volvió a los dos días siguientes para documentar la masacre y para hacerse preguntas sobre lo ocurrido en esta localidad ubicada a las afueras de Kiev cuyo nombre será difícil de olvidar. Son imágenes que han conmocionado al mundo.
Además, la periodista Mónica G. Prieto ha estado en el frente de Chernígov —150 kilómetros al norte de la capital y en la delicada intersección entre Rusia, Bielorrusia y Ucrania— y también esta semana ha publicado una crónica de larga distancia con testimonios de los que huyeron y los que no se creen que la retirada rusa de la zona sea definitiva.
Triple publicación esta semana en 5W. Buena lectura.
La guerra lanzada por Vladimir Putin en Ucrania cumple un mes y sigue en el foco informativo de nuestro rickshaw, que esta semana se detiene también en el cambio de postura del Gobierno español en el conflicto del Sáhara Occidental. Además, con motivo del Día Mundial del Agua, nos fijamos en la situación en algunos países del Cuerno de África y de Latinoamérica. También nos detenemos en Etiopía, Afganistán, Siria, Nicaragua, China y Burundi. Y viajamos a Moldavia con nuestra crónica visual de la semana.
Una semana más nuestro rickshaw comienza su recorrido en Ucrania. Analizamos las repercusiones de la guerra dentro y fuera de las fronteras de este país, pero también nos fijamos en Etiopía, donde otro conflicto —activo ya desde hace más de un año— sigue arrojando preocupantes cifras. En nuestras claves, nos detenemos en las costas de Marruecos, Arabia Saudí, Turkmenistán, Haití, China y Burkina Faso. Y te presentamos la nueva publicación anual en papel de 5W.
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ComprarEsta semana se ha cumplido un mes desde que Vladimir Putin lanzó la guerra contra Ucrania. Desde el pasado 24 de febrero, más de diez millones de personas han tenido que abandonar sus hogares y, de ellas, cerca de 3,6 millones han huido del país. Mientras tanto continúan los ataques y el asedio de las tropas rusas sobre distintos puntos ante un ejército ucraniano que resiste la invasión, aunque a un alto coste. Naciones Unidas ha confirmado que al menos 953 civiles han perdido la vida, aunque ha advertido de que posiblemente la cifra sea mucho más alta. Los líderes occidentales han intentado cerrar filas frente a Moscú, con tres cumbres este jueves en Bruselas: de la OTAN, el G7 y el Consejo Europeo. La OTAN ha decidido enviar más tropas para su flanco oriental y activar sus defensas contra ataques con armas químicas, biológicas o nucleares; el G7 ha acordado limitar la capacidad del Kremlin para sortear las sanciones internacionales, mientras la UE se encuentra dividida sobre eventuales sanciones energéticas a Rusia.
Esta semana hemos querido también que nuestro rickshaw sirva para entender un poco mejor algunos de los conceptos que tanto se escuchan en las noticias. Empezamos por uno del que seguro has oído hablar: ¿sabes qué es un corredor humanitario? Se trata de zonas desmilitarizadas acordadas por las partes, y limitadas en tiempo y espacio. Utilizados a partir del siglo XX, no todos los corredores son iguales aunque sus funciones más habituales suelen ser la introducción de alimentos y ayuda humanitaria, la evacuación de civiles o la repatriación de personas refugiadas o desplazadas. Desde organizaciones como Médicos Sin Fronteras recuerdan que estos pasos “deberían ser un derecho, no un privilegio”.
El Gobierno español ha abandonado su tradicional postura de neutralidad en el conflicto del Sáhara Occidental y ha tomado partido por Rabat, al considerar la propuesta de autonomía que Marruecos hizo en 2007 para este territorio como la base “más seria, realista y creíble” para la resolución del contencioso. Este giro estratégico se plasmó en una carta enviada por el presidente Pedro Sánchez al rey Mohamed VI, hecha pública por Marruecos hace una semana. Hasta ahora, el Gobierno de España defendía “una solución política, justa, duradera y mutuamente aceptable en el marco de Naciones Unidas”, sin decantarse ni por la autonomía que proponía Marruecos ni por la independencia saharaui. El Frente Polisario ha criticado con dureza la nueva postura de España y ha dicho que supone sucumbir “al chantaje” de Marruecos para retomar las relaciones políticas y diplomáticas.
El cambio político sobre el Sáhara Occidental, excolonia española, ha cerrado una etapa de crisis con Marruecos que duraba más de diez meses, pero ha abierto otra con Argelia, aliada histórica del Polisario. El Gobierno de Argel ha rechazado el giro de postura de España y ha criticado, además, las maneras, ya que afirma que no hubo comunicación previa por la parte española. Marruecos ocupó en 1975 la antigua colonia española del Sáhara Occidental, pese a la resistencia del Frente Polisario, con el que se mantuvo en guerra hasta 1991. Ese año, se firmó un alto el fuego con vistas a la celebración de un referéndum de autodeterminación que hasta la fecha no se ha celebrado. Para saber más, te recomendamos este ensayo de Ebbaba Hameida y también un artículo de la autora sobre la situación en el Sáhara que publicamos en nuestro último número en papel, La paz herida.
El 22 de marzo, el pasado martes, se conmemoró como cada año el Día Mundial del Agua, así que en nuestro rickshaw de hoy hemos querido aprovechar para repasar el impacto de su presencia —o más bien de su carencia— en algunos lugares del mundo.
Uno de los principales focos está en la región del Cuerno de África conformada por Kenia, Etiopía y Somalia. La zona está sufriendo su peor sequía desde 1981, según datos del Programa Mundial de Alimentos de la ONU. La falta de lluvias durante ya tres temporadas ha destrozado los cultivos, arruinado los pastos y provocado la muerte de ganado y animales domésticos, lo que ha hecho que miles de personas se hayan visto obligadas a desplazarse provocando, además, conflictos intercomunitarios. Son cerca de 13 millones las personas afectadas.
No solo la cantidad es importante: también lo es su calidad. La Alianza Latinoamericana de Fondos de Agua estima que “alrededor de 25 millones de personas en la región podrían contraer diferentes enfermedades derivadas del agua de baja calidad”. La presencia de microorganismos y sustancias químicas en el agua de consumo puede derivar en enfermedades con desenlaces fatales: según datos de la misma organización, la diarrea causa la muerte de cerca de 7.600 niños menores de 5 años cada año en la región, sobre todo en países como Haití, Guatemala o Bolivia.
Nuestra imagen de la semana, de Santi Palacios, está tomada en Zaporiyia, una gran ciudad en el sureste de Ucrania que se ha convertido en la primera parada para las miles de personas que huyen de Mariúpol y otras poblaciones como Melitopol o pueblos más pequeños de la región. Al llegar a Zaporiyia, estas personas se dirigen directamente a los grandes centros comerciales porque en sus párkings se está llevando a cabo la coordinación de la ayuda para las personas desplazadas. El propio fotoperiodista nos cuenta qué hay detrás de la fotografía:
“Frente a uno de estos párkings nos encontramos con la de la fotografía: una caravana de vehículos —eran unos 50 coches— con personas que esperan autorización para hacer el camino contrario, para entrar en Mariúpol. En muchos casos van a recoger a sus familiares; había gente que había huido de Mariúpol unos días antes y ahora regresaba para buscar a familiares a los que no se habían podido llevar en el momento de la huida. En otros casos eran personas que llegaban del norte, de ciudades como Járkov, o de Kiev, y que llevan más de veinte días sin saber nada de sus familiares en Mariúpol, porque no hay conexión por teléfono ni internet. La ciudad está totalmente incomunicada. También había algunas personas voluntarias que se ofrecían para ir a Mariúpol a sacar a personas que no tienen medios para salir de la ciudad”.
Se cumple un mes del inicio de la guerra lanzada por Vladimir Putin y ya son más de 3,5 millones las personas que han huido de Ucrania en el éxodo humano más rápido desde la Segunda Guerra Mundial. Moldavia es el país que más refugiados per cápita ha recibido en este conflicto: con cerca de 2,6 millones de habitantes, a él han llegado unas 370.000 personas.
Desde Chisináu, la capital, el fotoperiodista Edu León ha retratado a algunas de ellas. Lo precipitado de sus huidas queda plasmado en dípticos que, con los colores de la bandera ucraniana, muestran junto a los retratos de las personas refugiadas algunos de los objetos más preciados que se han llevado consigo. Son objetos que condensan memoria, afectos o esperanzas; retazos de vidas robadas por la guerra. Buena lectura.
¿Qué países forman parte del Consejo de Seguridad de la ONU y cómo eso afecta a la paz? ¿Cuál es la diferencia entre tregua, alto el fuego y armisticio? ¿Qué es la desobediencia civil? En La paz herida, el número 7 de 5W, incluimos este glosario de términos y conceptos para entender el vocabulario de la guerra y el de la paz. El resto de contenidos solo se pueden leer en esa revista en papel.
El Consejo de Seguridad de la ONU, creado tras la Segunda Guerra Mundial, está formado por 15 miembros, cada uno con un voto. Cinco son permanentes: Estados Unidos, Rusia, China, el Reino Unido y Francia. Los otros diez son temporales y se cambian cada dos años. Su importancia radica en que, al menos sobre el papel, los Estados miembros de la ONU están obligados a cumplir sus resoluciones. Su problema es que, para que una resolución se apruebe, se necesitan nueve votos a favor y ninguno de los miembros permanentes en contra. Es el famoso derecho a veto, que en la práctica da al traste con muchas iniciativas de paz. Estados Unidos protege a Israel, China protege a Birmania, Rusia protege a Siria. La estructura y funcionamiento del Consejo de Seguridad están en la base del escepticismo global sobre la capacidad de actuación de la ONU en general. También son la representación más clara de cómo la realpolitik condiciona la paz.
El mundo contemporáneo está lleno de conceptos que, de tanto usarlos, han ampliado su campo semántico y han acabado significando todo y nada a la vez. “Crisis”, “conflicto”, “derechos humanos”… y, por supuesto, “proceso de paz”, que se refiere a la evolución de las negociaciones y los esfuerzos para poner fin a la violencia. Estos procesos tienden a ser cada vez más largos y laxos, hasta el punto de perpetuarse y generar hastío y frustración. No todos desembocan en su objetivo. Uno de los casos más recientes es el de Afganistán: tras años de “proceso de paz”, los talibanes regresaron al poder por las armas, sin necesidad de negociar.
Hay muchas formas de paz, ansiadas o logradas, que pueblan las 256 páginas de este nuevo número.
ComprarA menudo estas palabras forman un pastiche que nos impide conocer los matices de la guerra y su resolución. El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), que en algunos casos adopta un rol de supervisión o asistencia, explica que son similares —los tres términos coinciden en que un cese de la violencia puede disminuir las consecuencias humanitarias del conflicto—, pero no son exactamente lo mismo.
Las treguas, según el CICR, son acuerdos mediante los cuales se interrumpe el uso de medios de guerra en zonas específicas por un periodo de tiempo, aunque no implican la voluntad de terminar con el conflicto armado. Una tregua puede darse, por ejemplo, para trasladar a heridos.
El alto el fuego se incorporó al léxico común después de la Segunda Guerra Mundial. Es la consecuencia inmediata de la aplicación de treguas o armisticios. Se ha usado en países como Colombia de forma unilateral o bilateral para evidenciar una voluntad de avanzar hacia la paz. En Irak y otros países se aplicó por cuestiones humanitarias.
El armisticio es un acuerdo para suspender las hostilidades entre los combatientes y que puede tener un alcance general. Está algo en desuso porque se ha relacionado históricamente con conflictos armados internacionales entre Estados, como el de 1953 en el marco de la Guerra de Corea. Aunque las grandes potencias se enfrenten de forma indirecta en países como Siria, las guerras entre Estados son menos comunes en las últimas décadas.
Las armas nucleares son, paradójicamente, uno de los principales motivos por los cuales no ha habido más guerras entre la India y Pakistán: ambos temen que el otro pulse el botón rojo. La amenaza existencial contra un Estado puede hacer que este se contenga a la hora de iniciar un conflicto o lanzar un ataque. Es una verdad terrible que esconde una raíz más terrible aún: la teoría de la disuasión puede usarse para justificar, en el caso citado, el desarrollo de armas nucleares. Las dudas no se limitan al aspecto ético, sino que también se extienden al lado práctico. Sobre el régimen sirio pesaba la amenaza de Barack Obama de una ofensiva militar inminente en caso de que usara armas químicas, pero las usó igualmente. Obama no cumplió su amenaza. Aquí topamos con otros de los problemas de la disuasión: puede ser ineficaz para amedrentar al otro o puede desembocar en una guerra total.
El pacifismo se enfrenta a una de las ideas más difíciles de vencer: aquella que dice que la guerra es un estado natural del ser humano. Hunde sus raíces en los movimientos sociales. Sin la fricción entre el ecologismo, el antimilitarismo, el feminismo, el obrerismo y el internacionalismo no existiría el pacifismo. Aunque sobre el papel tiende a la abstracción, porque su objetivo es oponerse a la guerra y la violencia, sus grandes victorias se han producido cuando la causa era claramente identificable: la descolonización, la guerra de Vietnam, la invasión de Irak. ¿Murió de éxito el pacifismo? Su triunfo de marketing es quizá el mayor obstáculo para su implantación: se la considera una ideología naif, de hippies —si nos vamos a sus raíces, esto no se puede negar—, falta de realismo. El pacifismo es algo demodé, una cosa tan del siglo XX. No casa bien con el cinismo del siglo XXI. Debe reconstruirse con más ética que estética.
El término designa de forma muy específica lo que es: hacer caso omiso de una ley o norma por considerarla injusta, y hacerlo sin violencia. Thoreau fue el pionero teórico y dedicó un libro al tema. Martin Luther King, Rosa Parks o Desmond Tutu son otras figuras históricas ligadas a la desobediencia civil. Mohandas Karamchand Gandhi pensaba la desobediencia civil desde lo terrenal y lo religioso. El mahatma —ese no es su nombre de pila como algunos creen, sino un apodo que significa “gran alma”— se negó a que los revisores de un tren en Sudáfrica lo cambiaran de vagón amparándose en las leyes del apartheid, algo similar a lo que hizo Rosa Parks en Alabama. Gandhi no hablaba de desobediencia civil, sino de satyagraha, término sánscrito que podría traducirse como “lucha por la verdad”. “La palabra satya deriva de sat —explicó el mismo Gandhi; sat significa verdad en hindi y sánscrito—. Satya es un estado del alma. Nada existe en realidad, solo la verdad. Por eso, sat o satya es el nombre correcto de Dios. De hecho, es más correcto decir que la verdad es Dios que decir que Dios es la verdad”. El fervor religioso de Gandhi no debe empañar la hondura de este movimiento: nace del convencimiento de que algo es justo, correcto, verdadero.
El desarme hace referencia, según el Centre Delàs —dedicado a la investigación y acción por la paz y el desarme— “a los procesos de reducción o eliminación de armamento, ya sea en sentido genérico o sobre un tipo de armamento en concreto, por parte de uno o varios actores, grupos o Estados”. Alguien que no conozca este complejo proceso podrá pensar que es simple, pero puede ser unilateral, bilateral o multilateral; puede abarcar el desarme general y completo o medidas concretas que reduzcan un tipo de arma; incluso puede ser temporal y no permanente. El término también puede referirse a la reducción de la capacidad militar de los ejércitos. Quizá la iniciativa más conocida en este campo sea la del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), que entró en vigor en 1970. El gran obstáculo para que el desarme avance son los Estados y la falta de capacidad de actores independientes para supervisar estos procesos. La soberanía casi indiscutible de los Estados impide que se reduzcan o limiten las armas. Y así volveríamos al punto 1: el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, plagado de productores, exportadores e importadores de armas.
Una semana más nuestro rickshaw comienza su recorrido en Ucrania. Analizamos las repercusiones de la guerra dentro y fuera de las fronteras de este país, pero también nos fijamos en Etiopía, donde otro conflicto —activo ya desde hace más de un año— sigue arrojando preocupantes cifras. En nuestras claves, nos detenemos en las costas de Marruecos, Arabia Saudí, Turkmenistán, Haití, China y Burkina Faso. Y te presentamos la nueva publicación anual en papel de 5W.
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Hay muchas formas de paz, ansiadas o logradas, que pueblan las 256 páginas de este nuevo número.
ComprarNuestro repaso a la actualidad que llega desde Ucrania comienza en Mariupol, donde este miércoles las fuerzas aéreas rusas han atacado un teatro en el que se habían refugiado civiles y junto al que se había escrito, con letras grandes visibles desde el aire, la palabra “niños”. Aún se desconoce el número de víctimas, aunque al parecer el refugio antiaéreo del edificio ha logrado resistir el ataque. Según el Ayuntamiento de la ciudad, hay supervivientes a los que se está intentando rescatar mientras se retiran los escombros.
Mientras tanto, la población continúa huyendo del país en busca de refugio lejos de los ataques. La ONU, a través de la Organización Internacional para las Migraciones, cifra en más de tres millones las personas que han salido de las fronteras ucranianas desde el inicio de la guerra hace ya tres semanas, en un éxodo cuya rapidez, recuerdan, no tiene precedentes en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
Estos días se han producido nuevas rondas de negociaciones entre Rusia y Ucrania. Según el diario británico The Financial Times, Kiev y Moscú trabajan en un plan de paz de quince puntos, aunque un portavoz del Kremlin ha dicho que aún es demasiado pronto para revelar un posible acuerdo. Desde el lado ucraniano aseguran que el borrador solo refleja, de momento, las demandas rusas. Unos días antes, el martes, el presidente Zelenski admitió que Ucrania tiene que asumir que no va a entrar en la OTAN.
En la esfera internacional, una de las imágenes de la semana ha sido la de los primeros ministros de Polonia, Eslovenia y República Checa en Kiev. Los tres líderes europeos llegaron a la capital ucraniana el martes por la noche en tren, coincidiendo con el inicio de un toque de queda en la ciudad. Según el mandatario polaco, el objetivo del viaje era transmitir a la población el apoyo de sus países vecinos.
Un tono más elevado ha tenido el presidente estadounidense, Joe Biden, quien el jueves calificó a su homólogo ruso, Vladimir Putin, de “dictador asesino” que ha autorizado ataques “inhumanos” contra Ucrania. Estados Unidos se ha sumado a las voces de otros países occidentales que ya hablan de crímenes de guerra para condenar algunos de los ataques del ejército ruso. A principios de semana, el Kremlin había contestado a las sanciones de la Casa Blanca anunciando la prohibición de entrada en el país de varios altos cargos estadounidenses, entre ellos Antony Blinken, Hillary Clinton o el propio Biden.
Nuestro rickshaw nos lleva ahora al continente africano, porque esta semana hemos sabido que al menos 750 civiles murieron a causa de la violencia en dos regiones norteñas de Etiopía durante el segundo semestre de 2021. El dato ha sido publicado por la Comisión Etíope de Derechos Humanos, un organismo nacional independiente. Lo ha hecho a través de un informe que analiza la situación en las regiones de Afar y Amhara, golpeadas por el conflicto entre el Frente Popular para la Liberación de Tigray y el ejército etíope. Si quieres conocer más acerca del conflicto, te recomendamos este podcast monográfico publicado en 5W.
También esta semana se han cumplido 100 días de encarcelamiento sin cargos del etíope Amir Aman Kiyaro, vídeoperiodista freelance y colaborador de la agencia AP detenido en noviembre en Addis Abeba. Estos mismos días hemos conocido ataques a la información en países de todo el mundo. En Bielorrusia, uno de los 50 principales editores de la edición rusa de Wikipedia ha sido detenido acusado de compartir noticias falsas sobre el Kremlin. Desde México llega la noticia del asesinato del noveno periodista en lo que va de año: el director del medio digital Monitor Michoacán, Armando Linares, que ya había denunciado amenazas. Y una agridulce desde Arabia Saudí: tras diez años de detención acusado de críticas religiosas, por fin ha sido liberado el bloguero saudí Raif Badawi, que tiene ahora 38 años.
Nuestra fotografía de la semana recoge un momento de la intervención de Volodimir Zelenski este miércoles ante el Congreso de Estados Unidos, que ovacionó al presidente ucraniano. Este se dirigió por teleconferencia desde Kiev a los representantes estadounidenses para pedir más apoyo de Occidente ante la invasión de Putin, al que acusó de “convertir el cielo de Ucrania en una fuente de muerte para miles de personas”.
La intervención de Zelenski, cuyo discurso incluyó referencias a los ataques de Pearl Harbor y del 11 de septiembre, incidió de nuevo en la petición de crear una zona de exclusión aérea sobre el país y en la solicitud de aviones de combate, dos asuntos cuya respuesta divide a los legisladores norteamericanos.
Dicen que la primera víctima de la guerra es la verdad, pero la víctima más obvia, la más inmediata, es la paz. Una paz cuyo nombre se manosea para conseguir réditos políticos, que se pronuncia en toda visita diplomática en lugares destrozados por el conflicto, pero que cada vez llega más tarde —a veces demasiado tarde— y de forma más imperfecta.
Nuestro nuevo número en papel, La paz herida, recorre el mundo para indagar en la falta de voluntad política y la incapacidad para poner fin a los conflictos.
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El recrudecimiento de la invasión de Putin a Ucrania hace que el foco de nuestro rickshaw siga en el país europeo, pero hoy queremos fijarnos también en una nueva cifra récord relacionada con la pandemia de coronavirus. Además nos detenemos en Corea del Sur, Mali, Cuba, Pakistán, Bangladesh y Uganda. Y terminamos en las fronteras ucranianas con nuestra crónica de la semana.
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Había mucha esperanza depositada en la reunión que este jueves se producía entre los ministros de Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, y de Ucrania, Dmitro Kuleba, pero el salvaje ataque a la maternidad de Mariupol el día anterior ya hacía presagiar pocos avances en la ansiada pacificación. El encuentro celebrado en la turca Antalya y con el país anfitrión ejerciendo también de mediador no ha logrado alcanzar ni siquiera un acuerdo de mínimos como la creación de un corredor humanitario seguro. Por el contrario, la guerra se recrudece y las autoridades ucranianas han denunciado que un convoy humanitario que intentaba llegar a Mariupol tuvo que darse la vuelta debido a los combates. El representante ruso, por su parte, ha dicho que la opción del alto el fuego ni siquiera estaba sobre la mesa.
Mientras, la población ucraniana sigue huyendo de sus hogares hacia países vecinos y otros lugares de Europa. Ya son más de 2,3 millones las personas que han logrado salir de sus fronteras y Naciones Unidas estima que podrían llegar a ser 4 millones si los ataques continúan. Esta semana dedicamos precisamente una crónica de largo recorrido a ese exilio que, en esta ocasión, sí está siendo respetado. Lo cuentan desde las fronteras ucranianas Agus Morales y Santi Palacios.
La invasión de Putin a Ucrania continúa también generando repercusiones en la comunidad internacional. Tras reiterar su oposición a las sanciones occidentales a Rusia, el presidente de China, Xi Jinping, ha dicho este martes que su país está dispuesto a ejercer de mediador, pero sin dar muchos más detalles. Pekín se ha resistido hasta la fecha a condenar de forma directa el ataque o incluso a calificarlo de invasión, y aunque sí se ha sumado a culpar de la situación a la expansión de la OTAN, en realidad tampoco ha ofrecido ayuda directa al mandatario ruso.
Desde la Unión Europea se han vuelto a activar mecanismos otrora pausados. Es el caso del proceso de adhesión de Ucrania al club de los Veintisiete, que ha iniciado su fase de valoración junto con las solicitudes de Georgia y Moldavia. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, firmó la petición de adhesión pocos días después de que comenzara la invasión, y fue seguido por los otros dos países exsoviéticos ante su temor al Kremlin.
En pleno debate sobre la dependencia energética de Occidente, esta semana también hemos sabido que Estados Unidos ha decidido comenzar a descongelar su relación con Venezuela, Irán y Arabia Saudí. Y aunque la portavoz de la Casa Blanca se empeñó en repetir que los acuerdos diplomáticos ya iniciados habían abordado diferentes cuestiones, terminó por admitir que se trataba de “una variedad de temas que ciertamente incluyen la seguridad energética”.
Seis millones de personas han muerto por la covid-19. El dato ha sido publicado esta semana por la Universidad John Hopkins de Estados Unidos, que además cifra en unos 446 millones los casos de contagio en todo el planeta, aunque alerta de que el número real seguramente sea incluso más elevado por los casos no documentados. La variante ómicron disparó el ritmo de contagios en todo el planeta. A principios de 2022, en enero, el registro global contabilizaba unos 300 millones de personas infectadas desde el comienzo de la pandemia, pero en apenas un mes se sumaron otros cien millones. Estados Unidos es el país más afectado: tan solo allí se han registrado más de 79 millones de contagios y 960.000 muertes. Le siguen Brasil, con 653.000 víctimas mortales, y la India, con más de 515.000.
La lucha contra la pandemia continúa con las vacunas como principal arma y la desigualdad de su reparto como barrera. En esta línea, esta semana hemos conocido que la farmacéutica Moderna ha llegado a un acuerdo con Kenia para instalar allí su primera planta de vacunas ARN mensajero en el continente africano. La compañía espera fabricar más de 500 millones de dosis anuales en este nuevo espacio que empezará sus labores de distribución previsiblemente el próximo año. Más de doce meses después de la administración mundial de la primera dosis, apenas el 13% de la población africana tiene la pauta completa de vacunación.
Aumenta el nivel de crueldad en la invasión a Ucrania. Esta semana, las fuerzas de Putin han bombardeado una maternidad y hospital infantil en Mariupol, en el sureste del país. Nuestra fotografía de la semana, de Evgeniy Maloletka, muestra uno de los momentos en que se trataba de evacuar a las personas heridas, algunas de ellas mujeres embarazadas, como se ve en la imagen. El alcalde de la ciudad, Sergei Orlov, ha confirmado la muerte de al menos tres personas, entre las que se incluye una niña.
El salvaje bombardeo ha causado indignación tanto entre la población civil como en Gobiernos en todo el mundo, y pese a que la petición ya había sido denegada por Estados Unidos y el resto de miembros de la OTAN, el ataque ha llevado al presidente Zelensky a volver a solicitar una zona de exclusión aérea sobre Ucrania.
Más de dos millones de personas han huido de Ucrania desde que Putin ordenó la invasión del país. Es, según Acnur, el éxodo de refugiados más rápido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, pero algunas personas que comparten su historia en la crónica de hoy difieren: “No somos refugiados”.
La característica esencial de esa figura deshumanizada del “refugiado” es que choca contra los muros, sufre la instrumentalización de la extrema derecha para agitar el odio y muere en las fronteras después de haber salvado la vida en las guerras. Por eso, cuenta hoy Agus Morales, hay gente que huye de Ucrania que no se reconoce en esa categoría. En su caso, hay un abrazo al final del camino en lugar de un muro, una frontera abierta en lugar de las trabas impuestas a otros tantos millones de personas que escaparon de Afganistán o de Siria, y una real y calurosa bienvenida a los países del Este y el resto de Europa. Pero más allá de la solidaridad, la realidad es que todos huyen del horror. Huyen en su coche familiar durante días por carreteras secundarias, en trenes atestados desde los frentes de batalla, en autobuses que los trasladan a las fronteras. Huyen dejando atrás sus casas, sus estudios, sus familiares. Huyen sin saber cuándo podrán volver.
Durante dos semanas, Agus Morales y el fotoperiodista Santi Palacios han recorrido las fronteras ucranianas para conocer las historias de quienes escapan de una guerra que no esperaban.
Buena lectura.
A principios de 2021, Rusia empezó a trasladar tropas a sus fronteras con Ucrania y a la península de Crimea. Meses después, a finales del mismo año, Estados Unidos avisó de que Putin preparaba una invasión. Y el 24 de febrero de 2022 se cumplieron los presagios: el Kremlin lanzó una ofensiva a gran escala contra Ucrania.
Este mes queremos profundizar en qué significado tiene hoy en día el espacio postsoviético. Lo analizamos a través de las relaciones y los intereses de Rusia con todos aquellos territorios que hace más de treinta años formaban parte de la misma unidad política.
Para sumergirnos en esta realidad compleja, charlamos con Carmen Claudín, investigadora sénior de CIDOB especializada en política rusa y espacio postsoviético; Manel Alías, excorresponsal de TV3 en Moscú, enviado especial a Ucrania y autor del libro Rússia, l’escenari més gran del món; Nicolás de Pedro, investigador sénior en el Institute for Statecraft de Londres y especializado en Rusia; Julia Rodríguez Arévalo, presidenta de la European Pressphoto Agency y excorresponsal de EFE en Moscú; Hibai Arbide, periodista enviado especial a Ucrania; Andrés Mourenza, corresponsal en Estambul; y Agus Morales, director de 5W y enviado especial a Ucrania. Un podcast de Raül Flores y Núria Jar.
Recuerda que puedes escuchar todos nuestros monográficos en el espacio podcast mientras navegas por la web, o descargarlos a través de las principales plataformas como Spotify, Ivoox o Apple Podcast.
El foco informativo sigue sobre Ucrania, donde la situación es cada vez más preocupante. Esta semana dedicamos nuestro recorrido a analizar desde diferentes ámbitos las consecuencias de una guerra que se recrudece a gran velocidad. Pero en el mundo han seguido ocurriendo otras cosas, así que nuestras claves nos llevan también a Palestina, Afganistán, México, Congo, la valla de Melilla o Túnez. Y terminamos en la isla griega de Lesbos con nuestra crónica de la semana.
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Rusia y Ucrania acordaron este jueves la apertura de un corredor humanitario con un posible alto el fuego durante las evacuaciones. En la segunda sesión de negociaciones, las delegaciones de ambos países han puesto énfasis, de momento, en ese carácter de “posibilidad”, sin llegar a confirmarlo. Donde ya es seguro que no se aplicará es en el resto del territorio, por lo que la guerra continúa tras más de una semana de ataques. Las delegaciones de Moscú y Kiev planean celebrar una tercera ronda de negociación en un encuentro que previsiblemente tendrá lugar ya a principios de la próxima semana en Bielorrusia, el mismo escenario que las anteriores.
Mientras tanto, más de un millón de personas han huido ya de Ucrania. Niños, ancianos y mujeres —los hombres han sido obligados a quedarse en Ucrania a luchar— tratan de llegar a países vecinos como Polonia, Eslovaquia, Moldavia, Rumanía o Hungría. La Comisión Europea ha dado luz verde a la directiva sobre protección temporal, un marco legal que permite la protección inmediata a personas que no pueden volver a sus países. Es la primera vez que se activa desde su creación en 2001 y su aplicación indica, entre otras cosas, que los países miembro concedan un permiso de residencia que permita trabajar y acceder a la educación o a un alojamiento adecuado. Además, la ONU cifra en otro millón el número de desplazados internos, entre los que se incluyen las miles de personas que buscan refugio en las estaciones de tren de ciudades como Kiev, la capital.
La Asamblea General de la ONU ha aprobado este miércoles una histórica resolución que condena la invasión rusa de Ucrania. La votación ha sido respaldada por 141 votos y recibido cinco en contra: los de la propia Rusia, Bielorrusia, Corea del Norte, Siria y Eritrea. Otros 35 países como China, Cuba o Pakistán se han abstenido, y una docena de países como Venezuela, cuyo Gobierno respaldaba tradicionalmente a Putin, no han participado en la votación. Es importante recordar que, a diferencia de las resoluciones emitidas por el Consejo de Seguridad, las de la Asamblea General no tienen poder vinculante, aunque sí un peso político que se suma a la amplia lista de condenas internacionales.
También desde la UE han salido estos días comunicados extraordinarios entre los que destaca, en coordinación con EEUU, el Reino Unido y Canadá, el anuncio de la mayor batería de sanciones de su historia. Nos referimos al envío de armas a Ucrania, el cierre del espacio aéreo a aviones rusos, la congelación de activos o el veto de emisión a canales estatales rusos como RT o Sputnik. También a algo tan impensable hasta hace unos días como el abandono de Suiza de su neutralidad o la posibilidad de que Suecia y Finlandia, históricamente reacias a unirse a la OTAN, se planteen hacerlo. Como cuenta Pablo Suanzes en esta crónica desde Bruselas, “Putin ha logrado generar una unión, cohesión y claridad de pensamiento inusual, empujando él solo más que décadas de cumbres”.
En el ámbito económico, una de las noticias destacadas de la semana es que la UE ha acordado de manera formal la expulsión de siete bancos rusos del sistema Swift, una red de mensajería financiera que posibilita las transferencias internacionales de fondos y en la que 11.000 entidades de todo el mundo intercambian información en tiempo real. Además, numerosas multinacionales, incluidas algunas como BP, Exxon, Galp, Shell, Total Energies o la textil H&M, han frenado sus negocios en Rusia.
Sobre las repercusiones internacionales, preocupa igualmente la dependencia energética que Europa tiene de Rusia pero también los efectos del conflicto sobre la seguridad alimentaria de países en todo el mundo. Rusia es el mayor proveedor mundial de trigo. Junto con Ucrania, suponen casi la cuarta parte de las exportaciones totales para todo el mundo. Kiev, además, es el principal proveedor de maíz de China y el mayor exportador mundial de aceites de semillas como el girasol o la canola.
Nuestra fotografía de la semana es de Santi Palacios, que junto con Agus Morales lleva días documentando los efectos del conflicto en la población civil. La describe el propio fotoperiodista (si quieres escuchar su testimonio, aprovechamos para recomendarte la versión sonora del rickshaw que encontrarás en Spotify, Ivoox o Apple Podcast):
“Varias familias buscan protección en un refugio antibombas después de sonar las alarmas antiaéreas en el centro de la ciudad de Lviv, en el oeste de Ucrania. Cuando suenan estos avisos que alertan del riesgo de ataque contra la ciudad, todo el mundo busca protección en el refugio más cercano. En este caso, ese refugio estaba en un patio al que acudió la gente que se encontraba en las inmediaciones y en los edificios más cercanos. Tras pasar varios minutos en su interior, sonaron las alarmas que indican el fin de la amenaza y todo el mundo volvió a intentar hacer su vida normal dentro de la excepcionalidad de un toque de queda entre las diez de la noche y las seis de la mañana”.
Europa ha anunciado que abre sus puertas a las personas que huyen de Ucrania. Sin embargo, en lugares como la isla griega de Lesbos se materializa otra cara muy distinta de la política migratoria de la UE, que sufren quienes huyen de otras guerras.
Cuando el campo de Moria ardió, en septiembre de 2020, muchos solicitantes de asilo encallados en Lesbos pensaron que sería el punto de inflexión para modificar las políticas migratorias. No fue así. Por el contrario, Grecia construyó en esa isla un nuevo campo que sirvió para bajar a tierra una política de control, aislamiento y desgaste que deja huella psicológica en quienes buscan refugio.
Casi un año y medio después de aquel incendio, Maribel Izcue y Anna Surinyach han vuelto a Lesbos para profundizar en las heridas que el actual sistema migratorio inflige en la salud mental de quienes buscan refugio en la UE.
El foco informativo está esta semana en Ucrania, donde se ha abierto una guerra con repercusiones globales. Lo contamos en nuestro rickshaw, que tiene, como siempre, más paradas por todo el mundo porque la actualidad internacional no se detiene. Repasamos el conflicto entre Moscú y Kiev, pero también nos fijamos en Birmania y en la polémica gran Gran Presa del Renacimiento en Etiopía. Y nos detenemos con nuestras claves en Colombia, Liberia, Perú, Francia, Pakistán y la isla de Tonga.
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Los peores presagios se han cumplido: la madrugada del jueves comenzó la guerra. Poco antes de las 6 de la mañana en Moscú, el presidente ruso, Vladímir Putin, anunció en un mensaje televisado en todos los canales estatales el comienzo de una “operación militar especial” en la región de Donbás que, según el líder ruso, pretende desmilitarizar Ucrania, pero no ocuparla ni tampoco dirigirse contra civiles. Pocos minutos pasaron antes de que se escucharan las primeras explosiones en varios puntos del este de Ucrania, incluida la capital, Kiev. Tampoco tardaron en llegar las primeras cifras de fallecidos mientras parte de la población ucraniana buscaba refugio en los espacios antiaéreos habilitados, en el metro, o intentaba desplazabarse a otras zonas del país consideradas por ahora más seguras. La comunidad internacional ha reaccionado de inmediato: el Consejo Europeo se reunió de urgencia para imponer a Rusia las mayores sanciones de su historia, y el secretario general de la OTAN advirtió de que un ataque a uno de sus miembros es “un ataque contra todos”.
¿Qué ha pasado estos últimos días? ¿Cómo hemos llegado a este punto? Destacan dos acciones clave. El lunes, Putin caldeó aún más la situación ordenando el envío de tropas a las regiones separatistas del este de Ucrania —Donetsk y Lugansk— y firmando un decreto de reconocimiento de su independencia. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, reaccionó calificando el hecho de violación de la soberanía nacional y apelando a los aliados para una actuación inmediata. “Estamos en nuestra tierra, no tenemos miedo a nadie. No le debemos nada a nadie y no cederemos nada”, dijo. La primera respuesta llegó horas después desde Berlín, donde el canciller Olaf Scholz anunció que suspendía la certificación del polémico gasoducto Nord Stream 2 cuya infraestructura depende del gigante gasista ruso Gazprom. Scholz se había mostrado reticente a jugar esa baza hasta hace muy poco —si recuerdas, en su reunión con Biden evitó posicionarse de manera rotunda al respecto—, pero tras los movimientos de Putin, el canciller ha asegurado que “debe respetarse la integridad de las fronteras y la soberanía de los países. Gran parte de nuestro orden de la posguerra se basa en este principio”.
Si quieres saber más, te dejamos estas claves en formato 5W sobre las primeras horas de la guerra. Mientras seguimos pendientes de novedades, nos quedamos con otra frase de Scholz: “Son días y horas muy difíciles para Europa”.
Nos fijamos ahora en Birmania aunque para ello nos desplazamos esta vez a La Haya. La Corte Internacional de Justicia (CIJ), el alto tribunal de la ONU, ha iniciado allí este lunes unas vistas sobre el presunto genocidio contra la minoría rohinyá en el país asiático: pero al proceso se han añadido varias polémicas adicionales. Por un lado, la Corte tiene que confirmar quién representará a Birmania ya que actualmente el asiento está ocupado por el embajador del Gobierno derrocado hace un año en el golpe militar, pero aceptar la presencia de la actual junta militar —aunque sea para otorgarles responsabilidad de los hechos— significaría su reconocimiento internacional. No solo eso. La denuncia por genocidio ha sido presentada por Gambia, un país de mayoría musulmana pero que no es parte implicada, por lo que Birmania alega que no es un actor válido para interponer tal acción. Recordemos, no obstante, que ambos países son firmantes de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio. Este acuerdo se aprobó en 1948 y, además de prohibir a los Estados cometer genocidio, pide a sus firmantes que eviten y castiguen este crimen.
Para contextualizar, te recordamos que la comunidad rohinyá es una minoría musulmana a la que Birmania no reconoce la nacionalidad. A finales de 2017, más de 700.000 tuvieron que huir a la vecina Bangladesh debido a los violentos ataques y matanzas llevadas a cabo por el Ejército. La ONU lo consideró un ejemplo de limpieza étnica y posible genocidio en un informe de 2018. Si quieres profundizar, te recomendamos recuperar este podcast que publicamos entonces.
Ahora que hablamos tanto de energía aprovechamos para contarte que la llamada Gran Presa del Renacimiento de Etiopía ha comenzado esta semana a generar electricidad. Con sus faraónicas dimensiones, pretende ser el mayor proyecto hidroeléctrico del continente africano, pero la polémica ha acompañado su construcción desde que arrancó en 2011. La disputa regional viene provocada principalmente porque los “vecinos de río” de Etiopía, es decir Egipto y Sudán, ven una amenaza en las repercusiones sobre el Nilo que pueda tener esta presa. Vamos con un poco de contexto para entender mejor qué hay detrás de todo esto.
Para empezar, El Cairo y Jartum apelan a un derecho histórico porque en virtud de los acuerdos internacionales firmados en 1929 y 1959, les corresponden el 88% de las aguas del Nilo. Ambos países tienen una fuerte dependencia de este río y temen que su corriente disminuya como consecuencia de la presa, pero Etiopía no formó parte de aquellos tratados y rechaza su validez. En enero de 2020, las tres naciones implicadas llegaron a esbozar un acuerdo sobre los principales puntos de disputa, pero Etiopía abandonó las conversaciones sin firmarlo y siguió adelante con su macro proyecto que ha financiado en solitario. La presa lleva invertidos cerca de 1.730 millones de euros y se estima que la cantidad se duplique cuando finalice el proyecto por completo dentro de tres años. Su objetivo es convertirse en el mayor generador y exportador de electricidad del continente.
Como no podía ser de otra manera, también nuestra fotografía de la semana pone el foco en Ucrania. Esta vez el fotoperiodista Emilio Morenatti retrata el colapso de coches provocado por la huida masiva de los habitantes de Kiev este mismo jueves poco después del anuncio de Putín y de las primeras explosiones.
La creciente inestabilidad y el riesgo de un avance de las tropas rusas ha hecho que miles de personas abandonen sus hogares. Parte de la población se ha desplazado hacia otras zonas del país consideradas de momento más seguras, pero también a países vecinos como Polonia, República Checa, Rumanía, Eslovaquia y Hungría. Sobre una eventual acogida, la comisaria europea de Interior, Ylva Johansson, ha asegurado que “la Comisión Europea está lista para apoyar a los Estados miembro en su preparación para la recepción [de desplazados]”.
En febrero de 2014, un levantamiento popular en Kiev tumbó al Gobierno prorruso de Víktor Yanukóvich, al que se acusaba de una masiva corrupción. En su lugar se instauró un gobierno prooccidental, pero la crisis política fue contestada por grupos prorrusos en algunas zonas fronterizas entre Rusia y Ucrania así como en la península de Crimea. Poco después, en marzo, esa región celebró un referéndum que fue considerado ilegal por Kiev y gran parte de la comunidad internacional pero en el que la gran mayoría de los votantes optó por la anexión a Rusia. Moscú sí reconoció el resultado.
¿Por qué te hablamos hoy de esto? Para recordar que, a pesar del punto de inflexión que suponen los ataques de esta semana, lo cierto es que la guerra en Ucrania no ha cesado en los últimos ocho años. Si quieres saber más, hemos publicado estas claves en formato 5W y esta galería de imágenes con lo ocurrido en la zona durante las últimas horas.
Buena lectura.
Rusia ha atacado Ucrania. Después de semanas de especulaciones y advertencias por parte de gobiernos, analistas y medios de comunicación, a primera hora de este jueves, el presidente ruso, Vladimir Putin, anunció en un discurso televisado el inicio de una “operación militar especial”. O sea, de una guerra. Putin ha dicho que el objetivo es “desmilitarizar y desnazificar” la exrepública soviética y defender “a las personas que durante ocho años [los que han pasado desde que tuvo lugar en Ucrania la revolución del Euromaidán —que acabó con el gobierno prorruso de Víktor Yanukóvich— y el comienzo de la guerra del Donbás] han sufrido persecuciones y genocidio por parte del régimen de Kiev”. Esa es la retórica que ha usado para justificar el ataque sobre Ucrania.
Apenas media hora después del anuncio, se lanzaron los primeros ataques. Según el Gobierno ucraniano, una decena de puntos en zonas del este y del sur, incluida la capital, Kiev, fueron atacados. El Kremlin sostiene que se están utilizando armas de alta precisión contra infraestructuras militares.
El Gobierno de Volodimir Zelenski ha declarado la ley marcial a raíz de la ofensiva, que en sus primeras horas, según las autoridades ucranianas, se habría cobrado al menos cuarenta vidas. Rusia asegura que sus operaciones han logrado inutilizar las bases y defensas aéreas de Ucrania, mientras que las fuerzas ucranianas dicen haber derribado cinco aviones y un helicóptero ruso.
Ucrania ha pedido a la comunidad internacional que aísle a Rusia “por todos los medios” y le imponga sanciones “devastadoras”. También ha cerrado su espacio aéreo a vuelos civiles, al tiempo que el presidente Zelenski ha llamado a la población a unirse para defender el país.
El ataque se ha producido después de meses de creciente tensión ante la acumulación de fuerzas rusas en la frontera con Ucrania, y las advertencias de Estados Unidos y otras potencias occidentales al Kremlin contra una eventual invasión.
Las tensiones entre Rusia y Ucrania llegaron a su punto más alto en años a finales de 2021, en medio de denuncias por parte de Kiev de la concentración de hasta 190.000 efectivos rusos cerca de su frontera. Moscú argumentaba que el creciente apoyo de la OTAN a Ucrania, que incluye el aumento de suministros de armas y entrenamiento militar, es una amenaza para su propia seguridad. En las últimas semanas, Rusia, Estados Unidos y la Alianza Atlántica habían mantenido un diálogo en el que el Kremlin reclamaba frenar la ampliación de la OTAN hacia el este de Europa, un compromiso que la Alianza Atlántica ha rechazado. Ucrania no forma parte de la OTAN ni estaba prevista a corto plazo su entrada, pero la Alianza Atlántica nunca ha cerrado las puertas a que Ucrania pudiera unirse al club.
El conflicto y el pulso entre Rusia y Occidente por la influencia en la zona no se entienden sin echar la vista varios años atrás.
Entre finales de 2013 y 2014 Ucrania vivió una crisis política: un levantamiento popular en Kiev (las revueltas del Euromaidán) tumbó en febrero de 2014 al Gobierno prorruso de Víktor Yanukóvich, al que se acusaba de una masiva corrupción, y se instauró un gobierno prooccidental —liderado inicialmente por Aleksandr Turchínov, al que luego sucedió Petró Poroshenko tras ser elegido en las urnas en junio de ese año—. La caída del Gobierno de Yanukóvich fue contestada por grupos prorrusos en algunas zonas fronterizas entre Rusia y Ucrania y en la península de Crimea (un punto estratégico en el sureste de Ucrania con grandes reservas de gas). Esta última región celebró un referéndum en marzo de 2014 —considerado ilegal por Kiev y gran parte de la comunidad internacional— en el que la gran mayoría de los votantes optó por la anexión a Rusia. El resultado fue reconocido por Moscú, que firmó la incorporación de Crimea a su territorio en medio del rechazo de Ucrania, Estados Unidos y la UE.
Poco después, en medio de este escenario, en la región del Donbás (este de Ucrania), grupos armados separatistas prorrusos tomaron parte de las regiones de Donetsk y Lugansk, fronterizas con Rusia. El Gobierno de Kiev respondió con una operación militar que desencadenó una guerra entre los separatistas con apoyo de Moscú, por un lado, y las tropas ucranianas por otro. En mayo de 2014, Donetsk y Lugansk se declararon repúblicas independientes de Ucrania tras referendos de secesión al estilo de Crimea.
Moscú expresó su respeto al resultado, aunque no reconoció abiertamente la independencia de ambos territorios… hasta ahora. Este lunes, después de un largo discurso televisado, Putin firmó el decreto en el que reconocía a Donetsk y Lugansk como repúblicas separadas de Ucrania. Desde el punto de vista del Kremlin, eso dio técnicamente luz verde al envío de tropas rusas para entrar en la zona en disputa, en respuesta a la petición de apoyo realizada por los rebeldes prorrusos a Moscú. La comunidad internacional, por su parte, sigue reconociendo el área como parte de Ucrania.
Pese a que el ataque de hoy marca un punto de inflexión, lo cierto es que en estos últimos ocho años la guerra en Ucrania no ha cesado. En el escenario bélico del Donbás, la cifra de muertos desde 2014 ronda los 14.000, según estimaciones de la ONU, mientras que se calcula que cerca de 1,4 millones de personas han tenido que abandonar sus hogares a causa del conflicto.
A los intereses que rodean el conflicto del Donbás se une el rechazo de Rusia a la política ucraniana de estrechar lazos con Occidente y, en particular, a la posibilidad de que en un futuro el país se una a la OTAN. Las perspectivas de que Ucrania se adhiera a esa alianza de seguridad están recogidas en la Constitución del país; ello supondría que, en el caso de un ataque ruso como el actual, todos los miembros de la OTAN tendrían la obligación de defenderla en su conjunto. Pese a todos los esfuerzos de Ucrania por encontrar protección, su integración en la OTAN se ha contemplado dentro de la propia alianza como una posibilidad remota: nadie quiere provocar a Rusia, una potencia nuclear y con poder de veto en el Consejo de Seguridad.
Rusia, sin embargo, quería garantías de que no se iba a producir una ampliación de la OTAN hacia el este; esto ha sido uno de los puntos neurálgicos de las negociaciones de las últimas semanas entre el Kremlin, Washington y la alianza, que se han saldado sin avances. Tampoco han tenido éxito otros esfuerzos diplomáticos: de hecho, el ataque a Rusia se ha llevado a cabo mientras tenía lugar en Nueva York una reunión del Consejo de Seguridad en la que se pedía diálogo y una oportunidad para la paz, en una nueva muestra del abismo que existe entre despachos y declaraciones oficiales y los movimientos en el terreno.
El ataque de Rusia ha provocado una oleada internacional de condenas en Occidente. El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, ha dicho que Europa se encuentra en “las horas más oscuras” desde la Segunda Guerra Mundial, mientras que la UE ha anunciado una próxima reunión para aprobar sanciones contundentes contra Rusia.
Pero lo único seguro es que la guerra ha empezado.
Bienvenido, bienvenida a tu cita semanal con la actualidad internacional. Comenzamos con la mirada puesta en Yemen, repasamos los seis meses de gobierno talibán en Afganistán, y nos fijamos en los preocupantes datos sobre el aumento del precio mundial de los alimentos. También nos detenemos en Ucrania, Somalia, Mali, la Unión Europea, Honduras y Nicaragua. Y terminamos en las fronteras europeas con nuestra entrevista de la semana.
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Empezamos nuestro recorrido en Yemen, donde al menos seis trabajadores de Naciones Unidas —cinco yemeníes y un búlgaro— fueron secuestrados el pasado viernes y continúan en paradero desconocido. El secuestro a manos de un grupo de hombres armados tuvo lugar en Abyan, una provincia situada en el sur del país y controlada por la milicia del Consejo de Transición del Sur, que a su vez cuenta con el respaldo de los Emiratos Árabes Unidos. El suceso se produce poco después de que la oenegé Comité Internacional de Rescate anunciara la suspensión de sus actividades humanitarias en Abyan tras el saqueo de dos de sus vehículos.
A medida que el conflicto se prolonga e intensifica, aumenta también el riesgo de que disminuyan las ayudas humanitarias. La propia ONU ha advertido de una falta de fondos sin precedentes que ya está recortando los programas humanitarios. Esta decisión podría afectar a cerca de ocho millones de personas en el país el próximo mes de marzo. El martes, Hans Grundberg, enviado especial de la ONU a Yemen, y Martin Griffiths, jefe humanitario del organismo, denunciaron ante el Consejo de Seguridad que en enero se han reducido o cerrado casi dos tercios de los principales programas de ayuda que mantenían en el país, al tiempo que las zonas de combate se han multiplicado.
Como te venimos contando desde hace tiempo, Yemen es escenario de una cruenta guerra que ha provocado el peor desastre humanitario del mundo. Si quieres profundizar, te recomendamos este ensayo visual de la fotoperiodista Nariman El-Mofti.
Esta semana se han cumplido seis meses desde la toma de poder de los talibanes en Afganistán. A lo largo de este medio año, la situación del país ha ido cada vez a peor con crisis abiertas en casi todos los campos: el colapso económico ha derivado en una crisis humanitaria, la ayuda internacional continúa congelada, los derechos fundamentales —especialmente los de las mujeres— siguen sufriendo recortes y el acceso a la información independiente está cada vez más controlado. Para conocer en profundidad el contexto afgano y cómo se produjo el derrumbe del país, echa un vistazo a este especial que publicamos en 5W.
Preocupa también cómo afectará la situación actual a las futuras generaciones afganas. Un informe de Save The Children ha alertado esta misma semana del preocupante incremento del trabajo infantil en el país por el desplome de ingresos familiares. Los empleos y la liquidez se han agotado, y los trabajadores gubernamentales denuncian llevar meses sin cobrar. Desde Amnistía Internacional han lamentado que “es un país que ha sufrido guerras ininterrumpidamente desde hace 40 años y que ahora mismo se está muriendo de hambre”. Y es que los datos del Programa Mundial de Alimentos reflejan que 22,8 millones de personas se enfrentan a una situación de inseguridad alimentaria aguda.
Enlazamos este tema, de hecho, con nuestra última parada del recorrido porque el problema de la seguridad alimentaria no conoce fronteras. Recientes informes han confirmado lo que ya era vox populi: los precios de los alimentos se han disparado a nivel mundial. Los motivos son diversos, desde interrupciones en la cadena de suministro global a factores climáticos o incluso el aumento de los precios de la energía, con foco ahora en la situación ucraniana. Las consecuencias, en cambio, son algo más homogéneas: una amenaza que cobra especial peso entre las personas de los cinco continentes cuyos recursos ya eran limitados. A principios de mes, el índice global publicado por la FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, por sus siglas en inglés) confirmó que el incremento de los precios de los alimentos alcanzó en enero su máximo desde 2011. Algunos productos, como el aceite, marcaron incluso un récord histórico desde que en 1990 comenzó este seguimiento.
En paralelo, 13 millones de personas en países como Kenia, Somalia y Etiopía afrontan una aún mayor amenaza de hambre debido a la sequía que asola esta región del Cuerno de África, la peor desde 1981. Según denuncia el Programa Mundial de Alimentos, hace tres años que no llueve de manera regular, lo que ha arruinado cultivos, elevado la mortalidad del ganado y forzado a las familias al abandono de sus hogares. El temor es que se repita una crisis humanitaria como la que en 2011 acabó con la vida de 250.000 personas si no se actúa de inmediato.
Nuestra fotografía de la semana, de Emilio Morenatti, vuelve a poner la mirada en Ucrania porque continúan las tensiones y sobre todo las incógnitas. El jueves, poco después de que Rusia expulsara al número dos de la embajada estadounidense en Moscú, los focos se giraron hacia la región de Donbás, donde rebeldes prorrusos y el Gobierno de Kiev se han acusado mutuamente de violar el alto el fuego aunque el Ejército ucraniano ha negado las acusaciones.
Mientras Joe Biden mantiene su insistencia en que una eventual invasión rusa es “muy posible”, Vladimir Putin ha anunciado la retirada de algunas de las tropas rusas que realizaban maniobras en la frontera. Para avalar la noticia, el Kremlin ha compartido imágenes de los vehículos abandonando la zona, aunque desde Kiev o Washington resaltan que aún no han podido verificarlo. La OTAN, por su parte, ha asegurado que no ve una desescalada rusa en la frontera de Ucrania sino un aumento de tropas.
Europa está llena de fantasmas: para Marie Cosnay, son los de miles de personas desaparecidas en las rutas migratorias hacia el continente. Escritora, activista y una de las voces más comprometidas en la sociedad francesa con los derechos de las personas migrantes, Cosnay trabaja desde hace años en la búsqueda de desaparecidos. Según la Organización Internacional para las Migraciones, los restos de 20.521 personas que desde 2016 han perdido la vida en trayectos migratorios no han sido recuperados.
La escritora ha participado recientemente en una charla en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) para reflexionar sobre el papel que juegan las palabras y la literatura en la manera en que se cuentan las migraciones. Aprovechando la cita, hemos charlado con ella.